Ya desaparecieron mis maestros del Heraldo (Bruned, Ruiz Castillo, Doñate, Los Enriques...) y ahora se van mis coetáneos, mis colegas. El otro día Javier Caridad, joven aún, y ayer José Miguel Chemi Pérez Bernad, que fue de mi quinta y juntos habíamos compartido noches de helada a las puertas de la Dirección Provincial de Trabajo, cuando los convenios se negociaban a cara de perro y allí, en la calle, estábamos esperando el resultado de la deliberación un par de plumillas y otra pareja... de agentes de la Brigada Político-Social.

De los muertos siempre se habla bien, pero de Chemi sería imposible decir cosa mala, porque era un tipo cabal y un periodista de los pies a la cabeza. De eso va la cosa, precisamente, de que desaparecen profesionales de lo mío y toda la profesión entera va camino de la chatarrería. Avanzamos hacia el desguace con nuestras gloriosas rotativas, nuestros quioscos, nuestros lugares en el espacio radioeléctrico, nuestras herramientas y nuestros mitos. El periodismo ya no es el dueño y señor de la comunicación ni su industria sigue haciendo negocio en ese territorio. Ahora, la revolución digital nos ha dejado en la cuneta, ha puesto cabeza abajo a las empresas para las que trabajamos, ha generado nuevos monstruos (Google, Facebook) que son quienes ahora cortan el cupón global y ha convertido la transmisión de noticias en algo que está al alcance de cualquiera: de las gentes con buena conciencia, de los frikis, de los canallas, de los sabios, de los mentirosos, de los prudentes, de los manipuladores, de los terroristas y de Donald Trump. Los medios tradicionales navegan contracorriente por el río de la ruina, dependiendo cada vez más del poder financiero y del poder político, que son precisamente aquellos que el periodismo aspiraba a controlar y criticar. Al tiempo, las redes sociales generan un tsunami informativo confuso y a menudo oscuro.

Supongo que en esta película de ciencia-ficción acabarán ganando los buenos. Así que no se asusten. Hay futuro. Solo que hoy me aquejan la tristeza y la nostalgia.