Tanta moñería políticamente correcta nos ha traído al lugar en el que estamos ahora, el de la verdad descarnada y brutal. Máxima expresión de ello ha sido estos años atrás la izquierda más boba, con tanto «miembros y miembras» y tanta tontería de «cuidadito con no ofender a nadie, que todos somos idénticamente iguales en este mundo fraterno y feliz». Pues ahora, por la ley del péndulo, en la Casa Blanca tenemos a un individuo soltando espuma por la boca, y tampoco pasa nada, ¿no? Pero vamos a hacer autocrítica y a mirar en nuestra casa, que también vamos servidos. Ayer, Fernando Martínez Maíllo, coordinador general del Partido Popular, contó en una entrevista que cuando firmaron el pacto con Ciudadanos que les permitió alcanzar el gobierno, no tenían ninguna intención de cumplirlo. «En aquel momento estaba en juego la gobernabilidad de España y es lógico que dijéramos sí a las condiciones, porque eran irrenunciables», ha dicho este señor tan campante. Vamos, que firmaron lo que les pusieron por delante sabiendo que muchas cosas no se podrían cumplir, pero oye, yo llego al poder y luego ya se irá viendo. ¿Y en qué se diferencia esta actitud de la de Trump? En nada, diría yo. Unos y otros se descaran y nos permiten entrever, por primera vez, de qué hablan los políticos cuando están en el bar y no les oye nadie. Cuando no tienen que guardar las formas por el qué dirán. Así que ya saben: prepárense a vivir una época en la que lo que todos sospechábamos nos va a ser confirmado: que pintamos menos que Pichorras en Pastriz.

*Periodista