No hay duda, gran parte de nuestras instituciones han ido degenerando en los últimos tiempos, si antes de la crisis era solo un murmullo, con ella se ha convertido en un ensordecedor griterío. Tanto el CIS como los informes de José Juan Toharia a través de Metroscopia confirman que desde la patronal, pasando por los sindicatos, obispos, bancos, partidos, políticos, Gobierno, multinacionacionales... están por debajo del 20% de aprobación de los ciudadanos. Con el 25% de paro y cotas de desigualdad inimaginables, a nadie puede extrañar que, tras el desempleo, la corrupción y el descrédito de algunas instituciones se hayan convertido en el segundo problema más importante del país.

La reacción del PP en Aragón y en Madrid ha sido plantear la "regeneración democrática" en base a medidas contra el aforamiento, los indultos, el coste de las campañas electorales, la reducción del número de parlamentarios en algunos parlamentos autonómicos, la publicación de bienes de los responsables públicos y hasta el posible cambio de la Ley Electoral de Régimen Local. La alternativa a tales propuestas ha sido muy ilustrativa del paño político en que nos estamos moviendo; mientras unas opciones no reconocen legitimidad al Gobierno por ser parte fundamental del deterioro institucional que sufrimos, otras buscan argumentos como el de exigir la renuncia a sobresueldos entre los dirigentes regionales del PP para bordear la incoherencia de denunciar prácticas con las que se comulgaba mientras las arcas del partido lo permitieron.

LA DESCONFIANZA en nuestras instituciones no viene de una desafección histórica sino de la deriva producida en estos últimos años por su comportamiento ante la crisis, el destape de la corrupción y el uso y abuso de algunas por parte del Gobierno; las informaciones de que la magistrada llamada a presidir el tribual que juzgará el caso Gürtel fue aupada por el PP al Consejo General del Poder Judicial, así como la reciente sentencia de constitucionalidad de la reforma laboral que tan alto tribunal dictó el pasado mes de julio presidido por un magistrado militante del PP en las fechas de su nombramiento y mentor intelectual de la misma, evidencian la escandalosa influencia del poder ejecutivo sobre el judicial y la incredulidad ciudadana ante la propuesta de regeneración.

Pero, han sido los casos de descontrol de fondos públicos para enriquecimientos personales y financiación de organizaciones políticas y sociales lo que está degradando nuestra arquitectura institucional. El ciudadano ve cómo el impago de una hipoteca supone el desahucio en pocos meses y los grandes casos de corrupción se cuecen largo tiempo para, al final, acabar en ridículas condenas, escasos fondos recuperados y mínimas responsabilidades políticas de quien los permitió.

Sospecho que los proyectos de regeneración democrática no van a salvar a los políticos de la quema, entre otras cosas porque presos de la tiranía del presente desatienden el futuro que los ciudadanos demandan y no son capaces de ofrecer la ejemplaridad imprescindible de sus actos y comportamientos a una sociedad descreída y desencantada.

¿A quién vamos a convencer de nuestras propuestas de regeneración si nosotros mismos no las practicamos?.Se nos llena la boca de participación y de nuevos aires al interior del partido y, a continuación, hacemos un culebrón para la sustitución del alcalde de esta ciudad, dejando a los afiliados y votantes de meros espectadores en la lucha por el poder, ¿qué miedo hay a unas primarias abiertas con un porcentaje de avales asequible para quien no está en el aparato?

Ya sé que los partidos políticos no son monolíticos sino ámbito de lucha política, ahora bien, cuando sus miembros no pueden vigilar y limitar las actividades de sus dirigentes en estas confrontaciones y se impone el aparato, se cuestiona la razón esencial de su existencia, que no es otro que el control interno y la participación política de los ciudadanos a través suyo, quien así actúa devalúa la calidad democrática de nuestras instituciones, resta credibilidad a cualquier opción ideológica y se deslegitima como opción regeneradora y de cambio.

Hablar de "regeneración democrática" en este contexto, donde se propone lo contrario de lo que se practica, más parece una nueva maniobra de despiste de los partidos mayoritarios que un compromiso serio por cambiar. El diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define muy bien: Regeneración es la reconstrucción que hace un organismo vivo por sí mismo de sus partes perdidas o dañadas.