El efecto del polémico copago de medicamentos, iniciado en el 2012, ha tenido menor vida de la que preveía el Gobierno. Las cifras del 2014 implican un cambio de tendencia al subir el gasto farmacéutico el 1,8% en el conjunto del Estado. Algo que nos remonta a esa idea tradicional de la sociedad española de que una abundante medicación es sinónimo de un buen tratamiento. La creencia llevaba al convencimiento de que el mejor médico era el que recetaba más. De ahí que en las últimas décadas todos los gobiernos, socialistas o populares, hayan intentado frenar un considerable desembolso presupuestario. El pasado año en los ambulatorios españoles se expidieron recetas por un valor de casi 9.200 millones. Es por ello que se ha de insistir en la pedagogía de que no todos los males se solucionan con la pastilla, y sí con buenos hábitos de salud. Sería positivo también que las autoridades mantuvieran la presión sobre la industria para que los fármacos sean cada vez más asequibles y que los médicos prescriban, entre dos iguales, el más barato. Esta especial vigilancia servirá para intentar paliar hechos irrefutables como el aumento de la edad de la población o del número de pacientes crónicos.