La política española de los últimos años, que tiene que ver más con el espectáculo que con la religión, no le hace ascos sin embargo al fenómeno de la resurrección.

Tal vez el mayor experto en resurrecciones de la política actual sea Pedro Sánchez. Su regreso, vía primarias, a la Secretaría General del PSOE, tras una muerte política de libro, es el mayor ejemplo reciente de que todo, incluso lo más improbable, es posible en política y de que los fenómenos sobrenaturales existen. Pero no se agota ahí la capacidad de Sánchez. Tras la sentencia de la Gürtel, se le acaban de abrir como por arte de magia las posibilidades de ser presidente del Gobierno contra todo pronóstico, para, desde esa alta magistratura, combatir a su verdadero enemigo, que ha pasado de ser Rajoy o Iglesias a llamarse Rivera.

Rajoy es un superviviente, que viene a ser lo mismo que un resurrecto en sesión continua. La sentencia de la Gürtel y las que previsiblemente vendrán después hacen casi imposible que el presidente impasible reedite su capacidad para sobreponerse a esta muerte política, que podría ser la última de las suyas.

Para Iglesias, la presentación de la moción de censura por el PSOE ha sido la causa y el escenario de su primera resurrección política. Inmediatamente después de hacerse pública la sentencia, dejó de hablarse de su desmedido affaire inmobiliario y se ha comentado poco el resultado del plabiscito. Cualquier malpensado podría concluir que la prisa por apoyar sin condiciones la moción socialista tiene algo que ver con ese balón de oxígeno que le ha salvado de ahogarse en la piscina antes de estrenarla.

La de Rivera es quizá la resurrección más problemática, sencillamente porque para volver a la vida primero hay que morir, o al menos estar muy cerca de la muerte, para poder decir aquello tan castizo de «ha vuelto a nacer». Salvo de éxito inconcluso, Rivera no ha muerto políticamente todavía nunca. Es cierto que le costó nacer, incluso que vino al mundo públicamente desnudo; cierto es también que en Cataluña más de uno ha deseado y desea, de pensamiento y de palabra, enviarle a los infiernos; pero Rivera está muy vivo y se diría que la moción de censura no es para él una oportunidad de resurrección, sino más bien una posible causa de muerte política. Y es que los de Rivera se han convertido en muy poco tiempo en el principal enemigo de todos los demás: de Rajoy, primero; de Sánchez ahora mismo, con urgencia; de los nacionalistas e independentistas siempre; y de Iglesias, una vez ahuyentado el mal agüero del casoplón.

Pero dejando a un lado las resurrecciones, volvamos a la moción. El PSOE dice que no va a negociar con nadie. Eso sería realmente bonito, hasta enternecedor, si no supiéramos que nadie regala nada, y menos en política. Parece claro que Ciudadanos no apoyará la moción porque en principio tiene menos que perder y más que ganar, dejando que el PSOE la pierda, o la gane con el apoyo de los nacionalistas.

Dando por hecho que Sánchez quiere a toda costa elevar al cubo su capacidad para renacer, alcanzando la Presidencia que hace sólo un año era una quimera, no parece imposible que por su cabeza esté pasando un plan que podríamos resumir del siguiente modo: a cambio del voto nacionalista (vasco y catalán), acordar con el independentismo catalán una especie de hoja de ruta no demasiado precisa, ni en los términos ni en los tiempos, en la que se trate de propiciar entre todos una mayoría de izquierdas que no vería con malos ojos llegar, poco a poco y sin que se note demasiado, a una reforma de la Constitución que acabe permitiendo en el medio plazo el derecho a decidir, allá donde se solicite.

Piénsenlo, Sánchez sería presidente (poco o mucho tiempo, pero cumpliría su sueño); el procés encontraría una más que digna vía de salida (los indultos están incluidos en el pack, ya lo insinuó Iceta), PNV y Bildu se frotarían las manos con fruición, los equidistantes encontrarían su lugar en el mundo, al PP le tocaría atravesar el desierto, Ciudadanos se desinflaría ante la evidencia de un diálogo políticamente correcto y el problema catalán se acallaría por un tiempo para todos, salvo para esos pocos españoles que se empeñan en serlo dentro de Cataluña. Todo cuadra, o no. Lo sabremos en unos tres días, los que se tarda en resucitar.

*Escritor