En estos días de procesamientos, cárceles, manifestaciones y detenciones en Alemania, el Liceu de Barcelona no ha dejado de programar la ópera Andrea Chénier de Umberto Giordano. Se trata de una obra cuyo argumento baraja el amor, los celos y la poesía para situarlo todo en un cuadro general muy propio: la revolución (en este caso la francesa) es capaz de devorar a sus propios hijos cual Saturbno implacable. Respondiendo a tal reclamo, por la vertical estructura del magnífico teatro barcelonés han ido y venido gentes acomodadas, cultas, bien vestidas. Durante el entracto, el público llenaba el elegante foyer, entre el tintineo de las copas de cava y blanc de blancs. No pocos caballeros lucían en la solapa de sus americanas lazitos amarillos, la contraseña independentista. Uno de ellos, alto y elegante, lo llevaba de ganchillo, como un guiño surreal o una broma de buen gusto.

De repente, aquel Liceu quería identificarse con los teatros de la Italia sometida al imperio austro-húngaro, alla por mil ochocientos cuarenta y tantos, cuando las óperas de Verdi y Rossini eran acogidas con fervor patriótico y el Coro de los Esclavos de Nabucco provocaba no solo aplausos sino gritos de ¡Viva Italia! Promover una revolución desde anfiteatros y palcos es algo que pertenece al romanticismo y a la emergencia de las burguesías nacionales. Y supongo que en la actual insurrección civil de parte de los catalanes se dan tales factores, con un toque a lo Mayo del 68 y un guiño a la resistencia antifranquista. Tan complejo cóctel de equívocos ideológicos, anacronismos y excesos estéticos justificaría el despiste de los asistentes a la representación de Andrea Chénier del sábado pasado, que ni siquiera jalearon al barítono Carlos Álvarez, encarnando al rencoroso Gerard, cuando cantaba el ansia insurreccional de los oprimidos sirvientes.

Sin embargo, el domingo, la mayoría de los asistentes se puso en pie al finalizar la representación y prorrumpió en gritos independentistas y en favor de los presos políticos y exiliados. En aquel incomparable marco, quedó precioso.