Vivimos constreñidos por verdades absolutas que lo único que hacen es cortar nuestra libertad de pensamiento. Por ejemplo, eso que hemos oído tanto estos días: las resoluciones judiciales hay que respetarlas. Cuando una persona, tras una durísima oposición, consigue su plaza como juez en este país, supongo que pasa por un trámite burocrático por el que es investido como magistrado. Lo que no sabía yo es que además baja una paloma del cielo y le concede el don de la infalibilidad. Si te crees eso, te crees que la familia Borbón fue designada en tiempos por el dedo de Dios para reinar sobre este país, con más derechos, por ejemplo, que la familia Rebolledo. Pero estábamos en aquello de respetar las resoluciones judiciales. Yo creo que la ley hay que acatarla, que es a lo que nos obliga el régimen político y jurídico en el que vivimos, lo que no impide que, usando los instrumentos de la misma ley, recurramos las sentencias si pensamos que no son justas. Eso es lo que se pide a los ciudadanos, seguir las normas del sistema judicial, no someterse ciegamente a una sentencia. Qué más quisieran algunos. Por eso, yo acato la sentencia de los jueces contra los miembros de La manada. La acato porque es lo que toca, pero nadie me obligará a decir que la respeto. Porque no es así, porque me parece una sentencia despreciable, y porque la propia sentencia no me respeta a mí como mujer, y muchísimo menos respeta a la víctima. Pero esto no se ha acabado aquí. Aviso a los que creían que lo del 8-M era algo puntual: ni de broma, queridos.

*Periodista