Izquierda Unida está en una difícil encrucijada, la IX Asamblea Federal ha puesto de manifiesto las escasas probabilidades de supervivencia del proyecto político. La imposibilidad de elegir a la persona que sustituyera a Gaspar Llamazares no es ni mucho menos un hecho anecdótico, sino la constatación de que la distancia y la desconfianza entre las diferentes sensibilidades son tan grandes que ha sido imposible tender puentes.

Es cierto que la asamblea ha concluido con un documento político pactado, pero esto más parece un intento desesperado de ganar tiempo que un acuerdo sobre el que asentar el futuro de la organización. El papel lo aguanta todo pero para hacer política es mucho más importante la coincidencia en el análisis de la coyuntura y las propuestas concretas, que en las grandes definiciones (como anticapitalista, alternativa, republicana) que de poco valen para orientarse en lo inmediato, en el día a día.

Tampoco parece una opción de futuro el compromiso de refundación de IU, el llamamiento a las personas de izquierdas de construir una alternativa plural en la izquierda. El momento político no tiene nada que ver con el de hace 22 años, cuando se constituyó IU, además ¿qué atractivo puede tener una organización que ha dedicado más energías a la batalla interna que a buscar soluciones reales para los problemas de la gente? Y, sobre todo, ¿qué va a primar en la estrategia de IU, su componente antisistema, oponerse al PSOE, hacer pinza con el PP, ser la conciencia crítica de la izquierda o, partiendo de la realidad, ganar voluntades para imponer una política progresista?

Creo que es posible y conveniente (casi necesaria) la existencia de una opción política, plural y democrática a la izquierda del PSOE, pero no está nada claro que Izquierda Unida sea el germen de esta opción, los dirigentes de la llamada izquierda alternativa ya han tenido su oportunidad y la han desaprovechado, su crédito político está prácticamente agotado.

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