En este mundo tan estúpido en el que vivimos, ahora resulta que un futbolista cuyo santo y seña es gritar como un gorila dolorido tiene más derechos que la mayoría de los ciudadanos, deduzco que porque dispone de los abogados más caros que el dinero puede comprar. Ahora resulta que el público no tiene derecho a saber que este futbolista (siempre presuntamente, no me vayan a buscar a mí también esos abogados tan caros) defraudó a Hacienda una cantidad que ni usted ni yo veremos junta en nuestra vida, de lo que nos hemos enterado gracias a la Red Europea de Periodismo de investigación (EIC). Ahora resulta que un juez de Madrid ha decidido que los medios de comunicación dejen de publicar estas informaciones porque, atención, están difundiendo datos privados “violando el derecho fundamental a la confidencialidad de las comunicaciones”. Dejando aparte que este juez debe pensar que todavía estamos en la edad de piedra (esto no hay quien lo pare) la pregunta que yo me hago, que ustedes tendrían que hacerse, es la siguiente: ¿Es verdad o no? Quiero decir: cuando intentan despistarnos lanzando tinta de calamar, diciendo que se han robado datos, que si hemos interpretado mal lo que se dijo, que si las escuchas eran ilegales, y tantas y tantas justificaciones que se ponen cuando algo perjudica a algún poderoso, la pregunta, insisto, es muy sencilla: ¿Es verdad? Pongamos en una balanza la credibilidad de los del EIC y la de los futbolistas multimillonarios. Y esperemos acontecimientos. Los hechos son tozudos, y acabarán hablando por sí mismos.