La publicación puede ser atrevida, insolente o usar el humor de brocha gorda. Puede no gustar a muchos, pero así es la libertad de expresión y por ella han sido asesinados periodistas y dibujantes que cultivaban aquel espacio necesario de libertad sin doblegarse a las amenazas contra la redacción que se habían sucedido desde que publicaron las caricaturas de Mahoma en el 2006, en solidaridad con un semanario danés. Más allá de la barbarie del atentado, destaca la profesionalidad de los asesinos. No se trata de un lobo solitario, de un iluminado o de un conductor que arrolla a varias personas como ocurrió con los ataques registrados en puntos de la geografía francesa los últimos meses. El de ayer es obra de gente preparada en las artes militares, e informada de cuánto ocurría los miércoles, día del consejo de redacción, en la sede de Charlie Hebdo. Un ataque con kalashnikov e incluso un lanzagranadas responde al tipo de violencia generada en Irak, Pakistán o Afganistán, países en guerra abierta o encubierta. Que se usaran estas armas indica un salto cualitativo del terrorismo de matriz islamista, así como el método de huida, lejos de las predisposiciones suicidas. El objetivo de los perpetradores de viles atentados terroristas como el de ayer no acaba con un determinado número de vidas (un solo muerto es siempre demasiado). Su aspiración es la de atemorizar a toda una sociedad y la de empujar a las autoridades a un rincón desde el que recortar derechos y libertades. Un atentado que en países de la otra orilla del Mediterráneo tienden a reforzar regímenes autoritarios que se ofrecen a Occidente como escudo ante la salvajada.

CEDER AL MIEDO, UN ERROR

En un momento en que por toda Europa se extiende el cáncer de la xenofobia y la islamofobia, sería un error ceder al miedo o vincular terrorismo islamista con inmigración. En este sentido, Francia, con el ascenso imparable de Marine Le Pen es campo abonado para la radicalización. Por el contrario, en este duro momento es cuando hay que defender con mayor vigor si cabe las libertades, entre ellas, la de expresión que es la garantía de un Estado de derecho. Renunciar a ellas o dejar que alguien las arrebate sería el final de esta Europa en la que todos nosotros nos reconocemos.

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