El ambiente en esta redacción, y en la mayoría, es de máxima expectación ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, porque los resultados ya no pueden ser más inciertos.

Todo el mundo tiene su porra, desde luego, y hay encuestas de referencia, pero la sensación de que, en uno y otro -y otro y otro-- sentido puede haber sorpresas, muchas sorpresas, grandes sorpresas, es casi una certeza.

El Gobierno de Aragón está más que nunca en el aire porque los dos partidos que históricamente, sin olvidar al PAR, han presidido el Pignatelli y controlado la Aljafería, PP y PSOE, van a cotizar a la baja.

Ganará, muy probablemente, la derecha de Luisa Fernanda Rudi, pero el día después habrá que ver si tiene suficientes apoyos desde el Partido Aragonés de Arturo Aliaga, y si necesitan o no a Ciudadanos para la investidura, y quién sabe si para coger alguna cartera. Por otro lado, los socialistas de Javier Lambán aspiran a liderar un bloque de izquierdas con Podemos y con Chunta Aragonesista.

En el Ayuntamiento de Zaragoza, el otro gran foco electoral, la cosa está literalmente que arde. Concejal arriba, concejal abajo, la balanza se puede decantar a derecha e izquierda por un puñado de votos. No es nada nuevo, por otra parte, pues la memoria histórica, con la salvedad de las primeras citas electorales, en las que se impuso la izquierda, insiste en una empecinada igualdad entre ambos bloques.

Los partidos aragonesistas, el PAR y la Chunta Aragonesista de José Luis Soro van a protagonizar, o a desvelar, otra de las grandes incógnitas del domingo. Víctimas de la campaña de los medios nacionales contra los desmanes de CiU y el iluminismo de Artur Mas, hábilmente extendido por la prensa de orden al resto de supuestos fuegos autonómicos, los aragonesistas luchan en inferioridad de condiciones por evitar que estos comicios se confundan con unas primarias, y por defender un Aragón, el de la Transición, cuyo mapa competencial dista mucho de completarse. Uno y otro, CHA y PAR, han prestado extraordinarios servicios a la comunidad aragonesa, contribuyendo a su modernización y a recuperar su identidad.

La última palabra la van a tener los aragoneses, y a su voluntad deberán atenerse las fuerzas políticas a la hora de sentarse a negociar los gobiernos de casa.