La condición femenina todavía carga con un pesado lastre, por más que la brecha salarial, el acceso a puestos de responsabilidad y otras muestras de discriminación tiendan a menguar paulatinamente. Pero si la equiparación profesional se adivina razonablemente próxima, la posición de la mujer en el hogar y como principal agente en la educación de los hijos padece un serio desequilibrio, algo más difícil de nivelar. Miguel Delibes indicaba magistralmente en su libro Señora de rojo sobre fondo gris la importancia de la intendencia hogareña concebida como una empresa, por mucho que no goce de derecho a jubilación ni a pensión; puede que muchos hombres hayan tomado ya el relevo en cuanto a bastantes tareas hogareñas y muchos están orgullosos de su papel de padres y educadores, pero es aquí donde perduran los mayores obstáculos para una auténtica igualdad. Es en el seno de la familia y en la escuela, por delante de normas y políticas de paridad, donde ha de resolverse definitivamente la discriminación femenina, que, esencialmente, es una cuestión cultural. ¿Cómo cancelar las diferencias de trato y orientación vital que siguen dándose entre niños y niñas? Nacen ya en la más tierna infancia, sin que pueda ignorarse la notable contribución, quizá inconsciente, de muchas mujeres a la perpetuación de pautas discriminatorias. Ciertas formas de feminismo radical parecen dirigirse directamente en contra de todo lo masculino, olvidando que también los hombres son víctimas del machismo y que toda la sociedad se beneficiará de su desaparición; solo cuando la escala de valores que se inculca en el hogar y en la escuela reconozca y dé prioridad a lo más auténticamente valioso en cada persona, obviando cualquier implicación de género, estaremos avanzando.

*Escritora