Otra vez el Real Zaragoza se dejó llevar por su inmadurez para lo peor y por su entusiasmo para lo mejor. A medio camino, no arranca en la clasificación, muy penalizado por sus errores en defensa, mientras es capaz de regresar de los muertos para empatar un encuentro que pudo ganar. Todo en esto equipo parece improvisado dentro de un guión de locos, de futbolistas de indiscutible calidad técnica que no terminan de formar un bloque fiable durante noventa minutos. Ni atrás ni arriba, porque el conjunto de Natxo González, después de igualar un 2-0 que parecía cerrar la tapa del ataúd, manejó la segunda parte como si el Carlos Tartiere fuera suyo, frente a un Oviedo sin pies ni cabeza ni balón. Borja Iglesias y Ángel se plantaron frente a Juan Carlos y ninguno acertó. El técnico dice que su equipo ha de marcar dos tantos para ganar queriendo reflejar los problemas que se sufren en la línea de contención. Los consiguió pero tuvo que buscar el tercero porque Verdasca se puso exquisito cuando lo suyo es masticar acero. Falla en la retaguardia y en el área rival. No acaba de cerrar un círculo de fuego en el que se inmola y del que sale altivo con un traje ignífugo, sorteando un campo en llamas con rápidas combinaciones y largas aperturas por las bandas. "A veces te mataría y otras en cambio te quiero comer" puede ser el himno de fondo de este grupo que mucho promete sin garantizar nada.

En este encuentro sin victoria que se igualó a balón parado, dos jugadores evitaron la chufla. Muy serios ellos, le dieron al Real Zaragoza lo que necesitaba para no ahogarse con su propia cuerda. Íñigo Eguaras y Alberto Zapater mantuvieron la brújula a salvo en plena tempestad, ajenos al marcador. Preocupados por recuperar la pelota para reescribir otro guión, se metieron en el ojo del huracán y agarraron por la solapa al Real Zaragoza. Eguaras impartió un auténtico magisterio de lo que se debe hacer y de lo que no, con un espectacular porcentaje de acierto e intención en los pases cortos y profundos. El capitán... Qué se puede decir de este chico que no se haya escrito o comentado. Ya no es aquel, ni de lejos, pero en su nueva versión de Transformer late el mismo corazón, material humano suficiente para rescatar a su equipo de la peor de las amenazas. Primero marcó un gol de especialista, de los que firmaba Luis Aragonés en el viejo Metroplitano. Una falta directa digna de incluir en el temario de la carrera de Arquitectura. Cogió el compás y trazó una arco perfecto, un arcoiris geométrico. Después le dio la temperatura adecuada al partido, sin urgencias, ejerciendo de faro en la niebla.

Con estos dos señores en el centro del campo y Mikel González en su mejor actuación no fue suficiente. El Real Zaragoza insiste en regalar su área y no saber cómo definir en la de enfrente con un Borja Iglesias enorme que no pocas veces abusa de que todas las rondas corran de su cuenta. Calienta pero no quema, se estrella y vuela en este orden este equipo verde de Natxo González. ¿Verde esperanza también? Anclado en el pozo de la clasificación, le toca madurar a marchas forzadas con equilibrio y regularidad.