El Real Zaragoza ha convertido la impotencia en su lema futbolístico perenne. Da igual cómo se le pongan los partidos, si cuenta con una decisión favorable como la del penalti a Lafita y la expulsión de Javi Martínez. Da igual el tamaño del rival, que el Athletic estuviera lejos de sus mejores días, porque el nivel del Zaragoza siempre es menor, muestra de un equipo empequeñecido, triste y devorado. Colista, con 10 puntos en 16 jornadas, con uno sumado de los últimos 27. Ahí se acaban todos los calificativos, elijan los que quieran para definir la actual situación del equipo, que se muere y se va a Segunda con la directa puesta.

Aguirre hace tiempo que no tiene respuestas. Ni energía. Su mensaje no llega a un vestuario que, si cree en él, se esfuerza en aparentar lo contrario. El Vasco no se va y Agapito aún no lo echa, pero si hay un momento que justifique esa decisión es el actual, donde el Zaragoza necesita aire nuevo para tratar de revertir tan tristísima dinámica. Eso y un mínimo de tres o cuatro fichajes en enero y, después, a rezar para que en la segunda vuelta llegue el tercer milagro consecutivo para regatear el descenso.

Al Zaragoza el partido se le puso de cara con la expulsión de Javi Martínez, pero es un equipo tan pobre y falto de confianza que ni en superioridad numérica impone el control de los partidos. Y, desde el banquillo, no le paran de llegar mensajes conservadores, rácanos. Pérez Montero, desastroso en sus decisiones, igualó el número de ambos equipos porque tenía la necesidad de expulsar a un zaragocista. A Lanzaro le tocó y el Zaragoza se aculó tanto en el tramo final que los diez podían haber pintado la portería de Roberto. Y, cuando se va a empatar, la derrota llega. Más, cuando se quiere jugar a defender sin saber. Llegó. Toquero la firmó.

Aguirre quería jugar a la contra y así lo diseñó. Acompañó a Postiga con Lafita, el único acierto del técnico ayer, aunque él mismo lo deshizo en la segunda parte al dar salida a Luis García. Con un 4-4-2 de dibujo, la misión era salir concentrados. Dio igual. Salió el Athletic al campo y el Zaragoza, salvo Roberto, decidió quedarse un rato más en los vestuarios. Con el equipo colista y con casi media vida sin ganar, no tuvieron mejor idea que desertar en los primeros minutos, donde Susaeta tuvo tres goles en sus botas. Tres acciones ante Roberto en las que el madrileño salvó dos, pero no pudo con la tercera, donde Efraín Juárez ejerció de asistente. El mexicano también permitió el gol definitivo de Toquero. Que es un jugador pobrísimo se sabe, pero la culpa es del que lo pone un día sí y otro también.

El gol dejó al Zaragoza tocado y a merced del Athletic, que dominaba el partido a su antojo y vivía cerca de Roberto. Amorebieta, en un córner, rozó el segundo, pero todo cambió en el minuto 22. Lafita porfió con Amorebieta y se llevó el balón tras darle éste en la mano al central. Javi Martínez se lanzó a por el esférico y Lafi también cayó. La pena máxima pareció dudosa, pero el Athletic la pagó muy cara. Se quedó sin Javi Martínez y Ponzio volvió a marcar un gol en el cuadro aragonés tras 383 minutos de sequía.

San Mamés la tomó desde entonces con Pérez Montero y el Zaragoza recibió ánimos renovados. Controló más en la medular y hasta hizo circular la pelota. Por hacer, incluso llevó peligro a balón parado. Lanzaro tras un taconazo de Lafita en un córner estuvo a punto de marcar el segundo gol para un equipo más cómodo y serio, menos exigido por un Athletic que acusó mucho la expulsión y el empate.

EL CAMBIO Al descanso, el partido estaba para ganarlo. No en la mente de Aguirre ni en la del Zaragoza. Lafita y Postiga rondaron el gol, pero la realidad es que el equipo se arrugó sin remedio, de una forma imparable, sin que lo evitaran la salida de Luis García, Zuculini o Abraham. En eso, la democracia en el grupo es absoluta. Salvo Roberto y la entrega de Ponzio, hay poca o nula distancia entre titulares y suplentes. Todos aportan muy poco. La segunda amarilla de Lanzaro hizo que el Athletic tocara a rebato y que el Zaragoza deseara que terminara el partido con ese empate. Lo rompió Toquero a pase de De Marcos. Y echó otra palada de tierra sobre un equipo que vive en un funeral permanente.