Unas condiciones meteorológicas adversas, un territorio a veces de difícil acceso, una deficiente gestión de los bosques y de los incendios como herramienta agrícola, unas especies forestales fácilmente combustibles y, para última desgracia, la mano de los incendiarios. Los ingredientes perfectos para la expansión del fuego se han combinado estos días en la fachada atlántica peninsular.

«Los incendios en Galicia tienen un origen multifactorial. Hace 30 años también había eucaliptos y el monte no ardía con tanta facilidad», pone como ejemplo Eduard Planas, investigador del Centre Tecnològic i Forestal de Catalunya (CTFC). En su opinión, es de ilusos atribuir la totalidad de los fuegos, o al menos una parte sustancial, a mafias dedicadas o a enfermos afectados de piromanía. Tampoco son ciertos los bulos relativos a posibles recalificaciones del terreno porque la ley española de montes, del año 2003, proscribió construir durante 30 años en las áreas forestales que habían sufrido incendios.

Planas, experto en política forestal y gobernanza ambiental, considera que en primer lugar hay que tener en cuenta la estructura rural de Galicia, caracterizada por la población diseminada en aldeas. Allí es tradicional emplear el fuego para desbrozar o recuperar los pastos: «Las quemas agrícolas están muy arraigadas en el Atlántico, desde el norte de Portugal hasta el País Vasco» y están «muy poco reguladas», añade.

En Galicia, prosigue el experto del CTFC, hay muchos siniestros por esta causa a lo largo del año, pero «no suelen ser noticia porque no van a más». Lo que sucede es que en esta ocasión se ha producido una conjunción de factores muy adversos.

La semana pasada, las condiciones meteorológicas en las zonas afectadas por el fuego rondaban el temido triple treinta (30º de temperatura, 30% de humedad y vientos de más de 30 kilómetros por hora), pero lo peor de todo es que los bosques se encuentran exhaustos tras una temporada seca de solemnidad. En Galicia y Asturias llovió en verano el 75% menos, según datos de la Aemet. Como resultado, por ejemplo, basta comprobar que las reservas de agua en los embalses gallegos se encuentran en un inesperado 46% y que el Miño tiene el 46% menos caudal. Otro factor es obviamente el calor: «Estos grandes incendios nos están avisando de lo que puede pasar asiduamente en un futuro cercano», advierte Planas.

A todo ello se suma el hecho de que algunas de las especies más frecuentes en el noroeste, como eucaliptos, pinos rodenos y pinos insignes -el 70% del territorio forestal en Galicia son monocultivos de especies alóctonas empleadas para la obtención de madera y pasta de papel-, queman con gran facilidad. Planas, sin embargo, cree inadmisible culpar a los pequeños propietarios que hace 30,40 o 50 años decidieron sustituir sus maizales. «En aquellos tiempos no había otros ingresos y se pensó que la mejor manera de optimizar el medio era a través de plantaciones forestales». El experto reconoce que los pinos o los eucaliptos son fácilmente combustibles, «pero hay que reflexionar sobre por qué se plantaron». «No les puedes decir ahora que vuelvan a poner robles», insiste.

DESPOBLAMIENTO RURAL

Planas también atribuye la expansión actual de los fuegos a la añorada gestión del territorio y al despoblamiento rural. Antiguamente, prosigue, había granjas con prados, casas, ganado, actividades agrícolas... Y ahora hay bosque. «Antes teníamos fronteras físicas para los fuegos. Ahora tenemos más materia combustible», dice.