Japón obtenía de sus reactores nucleares un tercio de su energía, planeaba alcanzar la mitad en el 2030 y desde ayer sufre un apagón completo. La ilógica secuencia se explica por Fukushima. Un año y dos meses después del accidente nuclear, Tokio detuvo ayer el último de los 54 reactores. La opinión pública se felicita mientras arrecian las dudas de si las facturas medioambientales y económicas son asumibles.

Japón no carecía por completo de energía nuclear desde que detuvo en 1970 sus dos reactores para mantenimiento. La crisis nuclear que provocaron las emisiones de radiactividad desde la central de Fukushima, arrasada por un tsunami el pasado año, estimularon el sentimiento antinuclear entre la población. El primer ministro, Yoshihiko Noda, pretende que Japón erradique en el futuro su histórica dependencia nuclear a través de un proceso progresivo.

Noda quiere reabrir los reactores en cuanto pasen los exhaustivos exámenes de seguridad, pero se encuentra con la oposición de las regiones que las albergan. Aunque Tokio no necesita el acuerdo popular, la extrema sensibilidad del asunto lo recomienda. Noda está entre dos aguas: el trauma que arrastra la población y las advertencias de que Japón no puede renunciar a la energía nuclear de las compañías eléctricas y grandes corporaciones.

MÁS EMISIONES Fukushima es la culpable de que Japón arruine décadas de esfuerzos medioambientales. Sus emisiones de gases invernadero, causantes del calentamiento global, serán en el 2012 un 15% superiores a las de 1990, el año tomado como referencia para medir el progreso en las reducciones. El porcentaje se traduce en un incremento de 200 millones de toneladas de emisiones. Los datos del Ministerio de Medioambiente plantean serias dudas sobre si Japón alcanzará el objetivo de cortar las emisiones en un 25% en el 2020 respecto a 1990, como se comprometió en Copenhague en el 2009. Tokio caminaba en la senda correcta. Entre el 2008 y el 2010 había logrado grandes progresos después de incrementar su eficacia productiva y plantar árboles para que absorbieran el dióxido de carbono.

El incremento de energías sucias como el petróleo y el gas natural para compensar la caída de la energía nuclear explica el paso atrás. Esta también apuntalaba los avances medioambientales de Japón, aún retrasada en el uso de energías renovables. Son el origen del 10% de su energía, especialmente las plantas hidroeléctricas.

La energía solar y eólica apenas suministran el 1%. Tokio ha acentuado su desarrollo, pero serán necesarios muchos años hasta que disfruten de un papel capital. Además del lento desarrollo que exigen, las estrategias a largo plazo están lastradas en Japón por un frenético baile de gobiernos. Otro problema que plantean es su coste más alto. Con la economía gripada y sin visos de arranque, particulares y empresas lamentarían mucho un aumento de la factura de la luz. La Agencia Internacional de Energía Atómica ha recordado estos días que si los países quieren algo a un precio razonable y poco contaminante, los reactores nucleares son la respuesta.

BALANZA COMERCIAL El apagón nuclear ha castigado aún más a la economía nacional. El aumento de las importaciones de hidrocarburos (crudo y gas licuado) necesarios para alimentar las plantas provocó el mayor déficit en la balanza comercial de los últimos 33 años. El dato es desastroso para un país que ha confiado en las exportaciones de multinacionales como Sony, Toyota o Canon.

Los temores inmediatos se dirigen al verano. Las compañías eléctricas han adelantado que, si es especialmente caluroso, no podrán evitar déficits cercanos al 20%. Tokio ha intensificado su tradicional campaña cool biz, que intenta convencer a los japoneses de que sustituyan las americanas y corbatas por la manga corta para que las oficinas se mantengan a 28 grados y se reduzca el uso del aire acondicionado.