Javier Lambán toma el relevo de Marcelino Iglesias, quien ha ejercido con una hegemonía indiscutible la dirección del socialismo aragonés aproximadamente los tres últimos lustros. Aunque muy diferentes entre sí, ambos comparten un proyecto político común y tienen coincidencias que contrastan con sus diferencias, que han sido y son muchas.

Los dos comenzaron en política en 1983, y probablemente ninguno podría imaginar que algún día acabarían liderando el PSOE, un partido que aún se recomponía por aquel entonces de la fragmentación ideológica de la Transición y que había recuperado el poder en gran parte de las instituciones aragonesas. El secretario saliente inició su carrera en el pequeño pueblo ribagorzano de Bonansa. El entrante, en Ejea de los Caballeros, feudo histórico del socialismo zaragozano, en el que había algunos dirigentes destacados que fueron también buena catapulta para el cincovillés.

Durante los primeros años de sus carreras políticas compartieron trayectorias parecidas, desde el municipalismo y desde la diputación. Iglesias, como ese joven astuto procedente de la montaña que modernizó e impulsó la Diputación de Huesca a la par que iba consolidando una estructura orgánica que le auparía al poder en el partido en 1995, cuando dio el salto a las Cortes de Aragón. Obtuvo los peores resultados de la historia del partido en un momento en el que este se descomponía. En gran parte, por los escándalos que una parte del PSOE zaragozano luchaba entre guerras de poder y escándalos públicos.

Paradójicamente, este triste episodio de la historia del socialismo aragonés pudo beneficiar a ambos, que por aquel entonces ocupaban un papel discreto dentro del partido aunque iban subiendo. Tenían las manos limpias y no se les identificaba con ninguna de las familias que por aquel entonces dominaban la estructura.

Mientras Iglesias se rodeaba de gente de la montaña que no le ha fallado todos estos años, con un instinto político que permitía negociar y alcanzar discretamente la paz territorial, Lambán tejía su discreta carrera desde el llano, desde su Cinco Villas natal, pateándose el territorio desde la Diputación Provincial de Zaragoza. Con un sólido discurso ideológico, en el que ha influido sin duda su profundo poso intelectual, Lambán siempre fue una voz autorizada en un discreto segundo plano, tanto orgánico como institucional, aunque al igual que Iglesias en el Alto Aragón, también controló el partido en Zaragoza gracias a sus apoyos en el ámbito rural.

Con Pérez Anadón, aliado natural de ambos, Lambán fue una dupla poderosa en Zaragoza y un verso suelto en el PSOE que siempre fue por libre. Algo que también provocaba los recelos por sus declaraciones, muchas veces críticas, con las posiciones estratégicas de quien entonces mandaba. Siempre fue crítico con la alianza de su partido con el PAR, con el poco peso que a su juicio tenían los militantes zaragozanos en las decisiones del partido, o por apuestas arriesgadas emprendidas desde el Gobierno de Aragón.

Frente a un Iglesias que conoce profundamente las tres provincias, que es hablador y habilidoso en sus relaciones sociales, la timidez de Lambán le convierte en un líder político muy poco al uso, introvertido, y aparentemente lejano en sus habilidades sociales. Iglesias es capaz de fagotizar a sus enemigos e incluso atraerlos a sus redes. Lambán es un hombre que no huye de la confrontación dialéctica. Como se suele decir en estos casos, gana en las distancias cortas, en las que se descubre como un inteligente interlocutor, hábil e incluso divertido desde su sarcasmo e ironía. Eso sí, conoce peor que Iglesias las necesidades y los problemas de la compleja estructura sociodemográfica de Aragón. Tiempo tiene a partir de ahora.

También los dos comparten una llegada abrupta a la dirección de su partido, en dos momentos complejos y definitivos en su formación, en plena fase de reconstrucción. La que encontró iglesias en el segundo lustro de la década de los 90 y la que encuentra Lambán en la segunda década de este siglo. Y que ahora debe enderezar.