Detrás de cada puerta aún sin colocar, entre las cuatro paredes de ladrillo todavía sin lucir, hay cientos de españoles y aragoneses que invirtieron sus ahorros en cumplir un sueño, pero también en hacer realidad un derecho que reconoce la Constitución: acceder a una vivienda digna. Muchos han tenido que recurrir a una justicia que no siempre apoya al más débil, y aguardan con inquietud una solución. Pero otros hace tiempo que perdieron la esperanza, además del dinero y, para algunos, hasta la dignidad. Es el caso de Alejandro Villa, que hace tres años entregó 17.000 euros para comprarse un piso de 50 metros en Torrero... y sigue esperando a que lo acaben. "Me robaron la ilusión", asegura.

Villa, nacido en Perú, lleva 54 años viviendo en Zaragoza. Llegó para estudiar Medicina y formó una familia. Después de varios trabajos, montó su pequeño negocio como practicante. Hace un tiempo se divorció y tuvo que buscar otra vivienda alternativa al hogar familiar, así que en el 2011 compró el piso interminable, que costaba 135.000 euros. "En ese momento la obra ya estaba embargada por la caja que la financió por falta de pagos, pero yo no lo sabía", explica. Desde entonces vive de alquiler.

Este espinoso asunto está en manos de una abogada, que, por ocuparse del proceso, le pidió que le adelantase la mitad de su minuta --"5.000 euros", afirma Villa--. Pero él se muestra incrédulo respecto a recuperar el dinero que abonó. "Creo que lo perderé", asegura. El último rumor que ha recibido acerca de su piso es que otra empresa se ha hecho cargo de la promoción, pero de momento los trabajos no se han reanudado. El bloque permanece sin puerta de entrada ni cerramientos en las ventanas y el paso del tiempo lo ha llenado de suciedad. Además, el negocio no marcha bien. "Apenas hay clientes. Seguramente me retiraré a final de año", anuncia. "Al final de mi vida, todo se ha reducido a nada", resume con tristeza.

Estafas morales

La amarga aventura de Alejandro Villa se ha hecho famosa en el barrio, pero no es la única en Zaragoza. La ciudad está salpicada de estafas --al menos, morales-- a propietarios que, en el mejor de los casos, han recibido sus viviendas con hasta cinco años de retraso. La crisis, la explosión de la burbuja inmobiliaria, el cierre del grifo de la financiación y la mala gestión de los constructores han compuesto un cóctel fatal que se les ha indigestado a muchos ciudadanos.

Asimismo, la quiebra de las promotoras ha evidenciado los excesos cometidos en los años de bonanza económica. En las llamadas Esquinas del Psiquiátrico, lo que iba a ser un bloque de pisos de lujo aparece semidesnudo junto a otros ya acabados de la misma constructora, Bruesa. "Está así desde que vivo aquí, va camino de tres años", explica un vecino. La historia se repite en Miralbueno, La Muela o San Mateo de Gállego. Son ejemplos de lo que nunca debió suceder.