Hace cuatro años, la presidenta saliente del Gobierno de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, se sometió al mismo examen que hoy abordará el socialista Javier Lambán: ganarse la confianza de la mayoría de las Cortes para gobernar la comunidad durante una legislatura. Entonces, la aspirante del PP prometió ante las Cortes la inmediata puesta en marcha de las promesas electorales con las que sedujo a cerca de un 40% del electorado aragonés: recortar gastos superfluos, eliminar duplicidades administrativas, ordenar las cuentas públicas atajando el déficit sin incrementar deuda y depurar un tejido de empresas públicas convertidas en un pozo sin fondo. La ineficacia de sus políticas, cuando no la incapacidad para ponerlas en marcha, que de todo ha habido, se llevaron por delante las posibilidades de Rudi de repetir mandato. La presidenta lo captó la misma noche del 24-M, cuando tiró la toalla asumiendo no solo un revés electoral, sino su propio fracaso.

Aunque con un enfoque ideológicamente antagónico, el líder socialista se enfrenta a un reto similar, del que deberá rendir cuentas cuando expire esta legislatura. No es fácil ser presidente autonómico en tiempos de vacas flacas y demostrar que hay margen para mejorar las cosas desde la política regional cuando la capacidad real de las comunidades para ser realmente autónomas limitadísima, con presupuestos permanentemente vigilados por Madrid y por Bruselas. El escenario global de creciente incertidumbre, como se demuestra estos días de tensión por el colapso griego, tardará todavía tiempo en aclararse.

El candidato a presidir la nueva DGA lo tiene claro sobre el papel. Pondrá en valor la unión de fuerzas de izquierdas conseguida en las negociaciones postelectorales, eliminará las políticas austericidas de Rudi y abogará por nuevas fórmulas de estímulo para que Aragón crezca en igualdad. Pero más allá del lógico desiderátum de quien pretende ocupar el poder durante el nuevo periodo, Lambán debería sentirse concernido por lo que de verdad esperan los gobernados de sus políticos: una empatía sincera, dedicación plena, trabajo abnegado, toma de decisiones y cumplimiento de la palabra.

Como se ha demostrado en las últimas elecciones, la verdadera exigencia ciudadana a los cargos públicos pasa hoy por la ejemplaridad y la determinación, por su compromiso personal con causas comunes y por un comportamiento intachable y honesto en el ejercicio de la potestad encomendada. Así que Lambán debería tener claro que no solo tiene que prometer alguna medida para animar el pulso de una comunidad aletargada en la legislatura de Rudi, sino preocuparse de que sus promesas puedan cumplirse.