Dieciséis meses es tiempo más que suficiente para analizar qué tipo de decisiones son necesarias para desactivar los proyectos estrella de un Gobierno como el de Zaragoza en Común (ZeC), que está en minoría y que, por más que lo niegue, ralentiza los temas espinosos porque sabe a ciencia cierta que PP y PSOE suman los votos necesarios para que no fructifiquen. Así que no es de extrañar que lograr que Pikolín acabe pagando tres millones de euros por una decisión que ya estaba tomada desde incluso antes de las elecciones se celebre por todo lo alto. Porque esa «santa alianza» que calificaba el edil Pablo Muñoz hace tiempo que dejó la línea roja atrás.

Cayó la municipalización, la conservación de las naves no catalogadas de Averly, el único intento por apostar por la laicidad de la institución en los actos religiosos y ahora el objetivo de apostar por la ciudad consolidada y ahora el bloqueo al outlet de Pikolín. Que PSOE y ZeC no están en la misma sintonía era algo conocido, que solo se entienden cuando toca curar las heridas ya es la tónica habitual. Golpes en la línea de flotación que, curiosamente, siempre se apoyan en los mismos partidos. La unión de PP, PSOE y C’s se ha convertido en el símbolo del descanso de muchos. Por aquello de que tres que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición.

Eso sí, siempre bajo el paraguas de la «incapacidad» del rival a batir, al que, también curiosamente, tampoco dan el paso para apartarle de la gestión. Así que ZeC también puede descansar. Al menos hasta ahora, porque los daños colaterales de lo que pase hoy en Ferraz son imprevisibles, en un partido que está dividido en Aragón y que en Zaragoza hace mucho que perdió el miedo a salir en la foto con el PP.

Mención aparte merece el papel que juega Chunta y el pulso constante entre su versión autonómica y local. La ecuación se resuelve en forma de abstención, porque de momento sus dos votos no decantan la balanza. Pero los aprietos en los que le ponen esas fotos a tres --de un partido con el que gobierna en la DGA--, y el nulo entendimiento entre los socialistas y ZeC en determinadas áreas municipales les lleva al límite de la paciencia. Su ideario del pasado queda relegado a su coherencia en su doble versión Gobierno en la comunidad-oposición en la capital. Así que puede que sea el grupo municipal que más vaivenes soporta.

Pero lo más preocupante en el futuro a corto plazo es el presupuesto del 2017. Con unas ordenanzas fiscales atadas --a priori, salvo sorpresa mayúscula--, en las que no hubo foto, las posibilidades de éxito de unas cuentas para el 2017 desde la izquierda dependen en gran medida de la anticipación. A la DGA. Porque en un escenario convulso como el actual, parece evidente que unos apoyos condicionarán a los otros. Y con temas sin resolver como la ley de capitalidad o las deudas pendientes del Pignatelli. H