Cuando alargan los días y repuntan los deshielos en las Treserols, Monte Perdido o Peña Montañesa, bajan furos el Cinca, el Ara y el Cinqueta. Se abren las ventanas de paraísos cercanos, algunos perdidos en la memoria y todos reivindicados siempre. Llega la primavera y con ella una sinfonía de aromas y colores en el Sobrarbe, ese país perdido al que evocan con sus instrumentos un grupo de rondadores, queridos más allá de los muros de su patria. Aires de albahaca y revoloteo de golondrinas. Los pasos torpes de un niño que intenta seguir el compás y el baile agarrao de los mayores. Todos atentos al ritmo de estos músicos de varias generaciones de músicos, de amigos, de paisanos que ejercen el noble arte de hacer país, de divertir por un buen porrón de vino, un poco de conserva y por ver feliz a todo un pueblo.

Son la Ronda de Boltaña. Y hoy reciben un premio. Un premio distinto al que han recibido en más de sus 800 actuaciones durante 25 años de trayectoria, por las calles empedradas de pueblos que se resisten al abandono y por grandes auditorios en ciudades. Un premio institucional. El más alto al que puede aspirar un aragonés. La Medalla de Oro de las Cortes de Aragón. Pero la esencia es la misma, la capacidad de emocionar con sus acordes y con letras que levantan la conciencia de un país que no se resigna. Un país con nombre de río, un pueblo de agua, para lo bueno y para lo malo. Para la vida y también para injusticias como la de Jánovas, Velilla o Lacort, barquitos hundidos que se levantan y van a ese mar soñado. Un mar que imaginamos desde el dolmen de tella o desde los cementerios donde descansan nuestros ancestros y son evocados desde la lejanía a través de una prohibida mermelada de moras que siempre provoca una lágrima de emoción.

La Ronda de Boltaña entronca con nuestras raíces, las sentimentales y las telúricas. Recupera nuestro folcklore y lo dignifica desde su pura sencillez y su único cometido de divertir y abrir puertas y ventanas. Quien los ha visto rondar por las calles saben perfectamente cuál es el sentimiento. Quien no ha tenido la oportunidad, está a tiempo porque no les faltan citas en el territorio ni rincones a los que cantar. Ni condesas del Sobrarbe, que son mucho más que las princesas de los cuentos y de la realidad.

La Ronda es identidad, jarabe para la autoestima de un Aragón que, por fortuna, ve cómo San Beturián escapa de sus ruinas y ya incluso se visita. El país de Sobrarbe, al que invocan su nombre y dan fama internacional, tiene varios himnos de su autoría. Y son extensivos a Aragón.

Solo queda felicitar a la Ronda de Boltaña, brindar por y con ellos, desearles al menos otros 25 años de fuerza e inspiración y felicitarnos los aragoneses por saber que, en cualquier rincón de nuestros pueblos puede aparecer la primavera rondadora con sus bandurrias, guitarras, guitarricos, gaitas o acordeones.