Las protestas que se desencadenaron ayer por todo Egipto al final del rezo del mediodía en las mezquitas han situado contra las cuerdas a la autocracia de Hosni Mubarak. Las indicios de quiebra irreversible del régimen y de divergencias entre dos de sus pilares --la policía y el Ejército-- autorizan a establecer algún paralelismo entre el cambio tunecino y el levantamiento popular egipcio. Al frente de la oposición que ocupa las calles se ha situado Mohamed el Baradei, con buenas relaciones en las instituciones internacionales y en Estados Unidos. El islamismo político cuenta con la larga tradición de los Hermanos Musulmanes, fundados en Egipto y perseguidos sañudamente por la policía de Mubarak. Y, por si no fuera suficiente, Egipto es, con Jordania, el único país árabe que mantiene relaciones diplomáticas con Israel. Los factores mencionados son suficientes para explicar el compromiso público de Barack Obama y Hillary Clinton de pedir moderación a los manifestantes y reformas al poder. Pero la dinámica en la calle induce a pensar que la política convencional ha quedado desbordada del todo por los acontecimientos.