Allá donde va, todo el mundo lo conoce todavía como el cura . El zaragozano Armando Benito colgó los hábitos hace varias décadas, se casó y tiene dos hijos, pero la que fuera su vocación no le ha abandonado totalmente. Algo en su equilibrada forma de hablar, de comportarse y de ver las cosas recuerda su formación de seminarista y su quehacer de pastor de almas.

Pero no siempre fue así. Hace más de treinta años, cuando se hizo cura obrero y se puso a trabajar "en lo primero que salía", los compañeros de tajo no podían creerse que fuera sacerdote.

"Yo me había propuesto llevar el Evangelio al mundo laboral, pero eran tiempos difíciles, los empresarios nos echaban a la mínima, y tenía que ser cauto, predicar con el ejemplo, no con la palabra", explica Armando, que tiene 60 años.

A fines de los 60, fue uno de los diez o doce curas obreros que ejercieron en la diócesis de Zaragoza. Se trató de un movimiento minoritario que intentó transformar la Iglesia desde dentro, adaptarla a una sociedad que evolucionaba mucho más deprisa que la jerarquía eclesiástica.

Sus miembros oscilaban entre el Concilio Vaticano II, la teología de la liberación y los aires de renovación que soplaban desde la vecina Francia. Todos solían recalar en la Juventud Obrera Católica (J. O. C.) o en las H. O. A. C. (Hermandades Obreras de Acción Católica). El celibato opcional era uno de sus caballos de batalla.

Fichado por la Policía

"Teníamos claro que para llegar a los trabajadores había que trabajar diez horas como ellos, y no conformarnos con oficiar una misa de media hora y además con vino", resume humorísticamente Armando.

El se inició en la vida laboral cargando y descargando tablones, pero pronto se hizo calderero y soldador. La Policía le sorprendió repartiendo octavillas a los huelguistas de una fábrica y estuvo 48 horas en la cárcel de Torrero. El Concordato no permitía que los sacerdotes cumplieran condena en las prisiones y fue recluido en un convento de Zaragoza. Allí estaba el 20 de noviembre de 1975, a la muerte de Franco, y enseguida se benefició del indulto de Juan Carlos I a todos los presos políticos sin delitos de sangre.

Entró a trabajar en la fábrica de ferrocarriles CAF, pero no superó el periodo de prueba. "Estaba fichado por la Policía y el jefe de personal lo sabía todo sobre mí", comenta. Entonces surgió la oportunidad de entrar en Cefa, una industria con 900 operarios en la que Armando sabía que "el mensaje de Cristo tenía posibilidades de llegar a más gente y de hacer lo con más eficacia".

En esa empresa, dedicada a la fabricación de componentes del automóvil, ha estado empleado hasta su reciente jubilación. Fue miembro del comité de empresa, sin estar adscrito a ningún sindicato, y fue en ese puesto donde mejor pudo volcar el espíritu cristiano que le animaba.

Wiberto Delso, de 70 años, fue otro cura obrero. Pero, a diferencia de Armando, ejerció su ministerio en la España rural. Las prédicas cargadas de rebelión que hacía en Fabara, en la provincia de Zaragoza, llegaron a oídos del arzobispado, que decidió destinarlo a otra parroquia. Su actitud suscitó un movimiento de solidaridad en otros sacerdotes, pero nadie dio marcha atrás y todo terminó con el cura de Fabara , como era conocido en la época, abandonando su condición de sacerdote.

El siguiente paso fue contraer matrimonio. "Siempre ha habido curas casados en la Iglesia, y lo que está mal visto en Occidente es algo común en las iglesias de Suramérica y de la Europa Oriental", afirma.

El matrimonio ha sido la salida natural para muchos excuras obreros. De hecho, a mediados de los años 60, la cuestión del celibato, junto con el acercamiento a la sociedad, estaban en el centro del debate de los sacerdotes deseosos de imprimir un cambio a la Iglesia.

Pero la Curia vaticana nunca cedió en ese punto y las deserciones de eclesiásticos se generalizaron en los años 70. "Si la Iglesia católica no hubiera estado frontalmente en contra del matrimonio de los sacerdotes, yo hubiera seguido siendo cura una vez casado", subraya Armando Benito.

Claro que no todos los curas obreros volverían al seno de la Iglesia bajo ciertas condiciones. Un excura obrero de 61 años que reside en Aragón y no desea desvelar su nombre declara que sufrió "tantas persecuciones por intentar poner en práctica los nuevos valores del Concilio Vaticano II" que llegó a perder la fe por completo.

"Mi intención, como la de otros estudiantes de mi edad, era vivir como el resto de la sociedad, pobremente si hacía falta, y por eso abandonamos la seguridad del seminario de Zaragoza para vivir en un piso del barrio de Torrero y ganarnos la vida en los trabajos que nos iban saliendo", señala.

Su actitud nunca fue bien vista por los obispos ni por las autoridades civiles, que no apreciaban lo más mínimo el hecho de que su afán de independencia les llevara a renunciar incluso a percibir una paga del Estado.

Los curas obreros se extinguieron con la Dictadura de Franco. La Transición planteó nuevos retos a la Iglesia, que, al mismo tiempo, se vio afectada por un alarmante descenso de las vocaciones.

"Los curas obreros han desaparecido en un mercado laboral que no tiene nada que ver con la tajante división que había hace 30 años entre patronos y trabajadores", apunta Alberto, un exsacerdote que se salió de cura cuando conoció a la que sería su mujer.

Otros objetivos

En su opinión, los elementos más activos y comprometidos de la Iglesia católica actual han derivado hacia objetivos como "la lucha contra la marginación desde las organizaciones no gubernamentales y sobre el terreno, es decir, en el Tercer Mundo y en los barrios más desfavorecidos de los países ricos".

"La apuesta de la Iglesia católica es ahora distinta, pero sigue siendo muy fuerte", opina Wiberto Delso, que sostiene que la época de la globalización "apenas tiene que ver con la de la feroz industrialización de los años 50 y 60".

Para Armando Benito, "los curas obreros han desaparecido, pero su lucha aún tiene sentido, pues es fundamental que el sacerdote conozca las fábricas y las obras".

"Ahora bien --precisa--, la situación actual es muy distinta, pues hay aspectos totalmente nuevos, como la inmigración y las empresas de empleo temporal".

Por otro lado, la edad media de los curas que atienden las parroquias es de 67 años y, en un tiempo marcado por la escasez de nuevas incorporaciones, "bastante tienen los sacerdotes con realizar las tareas propias de su ministerio como para encima meterse en el mundo laboral", según Armando.

Ello no impide, sin embargo, que existan organizaciones que, como Moceop (Movimiento por el Celibato Opcional), anden embarcadas en las reivindicaciones que movilizaron a los sacerdotes de los años 60. Algunos de sus miembros son excuras que, como Julio Pinillos, siguen oficiando misa y celebran bodas, bautizos y comuniones. Todo un desafío a Roma.