El siluro es una especie invasora cuya introducción en el embalse de Mequinenza se atribuye a un biólogo alemán, Roland Lorkowski, en 1974. Ese año, el experto, doctorado en biología y especializado en ecosistemas y peces de agua dulce, pasó la frontera con 32 alevines a los que no se puso pegas en la aduana, pues se argumentó que iban a servir de cebo vivo para pescar lucios. Según consta en la web www.todopesca.com, esa introducción ilegal de ejemplares procedentes del Danubio (su hábitat original) se hizo para compensar la desaparición de especies depredadoras (el lucio y el black bass) y reequilibrar el hábitat. Bienintencionada o no, lo cierto es que la medida acabó cambiando completamente el entorno natural. Y también el económico y social, pues la pesca de estos ejemplares es un gran atractivo en la zona. Son muchos los pescadores, que atraidos por esta nueva especie, y por comprobar que se siente al pescar un pez de cien kilos de peso, llegan desde muchos puntos de la geografía española y europea. El profesor Javier González, experto en fauna silvestre, explicó que la cuenca del Ebro está llena de especies invasoras exóticas, la mayoría de ellas predadoras, que han sustituido a las autóctonas y que en la década de los sesenta se introdujeron en muchos cauces con fines estrictamente económicos. Hoy día es extraño encontrar barbos, gobios o madrillas, pero muy frecuente ver siluros, carpas (que son de Asia occidental), lucios y percas, peces sol o peces gato y alburnos (ejemplares centroeuropeos que se mueven en grandes bancos y que producen un burbujeo muy vistoso en los cauces).