Pocos años después del final de la guerra, un camión lleno de pelayos, la organización juvenil de los requetés en la que afiliaban obligatoriamente a la chiquillería, salió de Tarazona con destino a Tudela para asistir a un mitin. El que dirigía el viaje era un cura-militar con nombre de jefe indio, al que yo llegué a conocer con las insignias de coronel encima de la sotana. Antes de llegar a una determinada curva de la carretera empezó, brazo en alto, a gritar vivas a Franco anunciando la existencia en la cuneta de varios cuerpos de republicanos fusilados la noche anterior. No sé si en aquella ocasión el cura había impartido consuelo o el tiro de gracia. Ignoro qué pasó con los restos de aquellos republicanos. Como también se ignora la identidad de casi 600 personas que fueron arrojados a las fosas de Torrero con la única inscripción de hombre o mujer. 3.542 hombres y mujeres, jóvenes y mayores, fueron brutalmente ejecutados. Así lo recuerda Belloch en el Bando con el que convoca a la ciudadanía al acto de inauguración del Memorial con el que se quiere reponer la memoria y la dignidad de todas aquellas víctimas de la represión franquista en el que constarán los nombres de todos los que han podido ser identificados. Escuché en la Ser a Magdalena, una mujer de más de ochenta años contando cómo recordaba la despedida de su madre que fue fusilada al día siguiente, y un nudo se me hizo en la garganta. Estas víctimas tienen derecho a un reconocimiento. El primer alcalde democrático, el socialista Sainz de Baranda ya dio un paso en 1979, en circunstancias más difíciles que las actuales. Bienvenida sea la unanimidad de todos los grupos del Ayuntamiento de Zaragoza. Ya era hora.