Hace justo medio siglo, Luisa llegó al mundo en la población zaragozana de Maella. Le faltaba un antebrazo, lo que provocaba que uno de los brazos fuera mucho mayor que el otro. Sus padres fallecieron antes de que ella tuviera conocimiento de que era una víctima de la talidomida. "Siempre nos dijeron que era una malformación, pero no tuve tiempo de contactar con mi madre para saber por qué tomo esa medicina", explica Luisa.

Su infancia fue difícil. "Los niños son muy crueles", dice. Como lo fue la adolescencia y su vida en la actualidad. "Hay muchas cosas que no puedes hacer y otras que te suponen muchísimo esfuerzo porque, además, tengo muy tocada la espalda y es un continuo desgaste, pero o te adaptas a vivir así o mueres", dice. Desde hace 23 años vive en la localidad turolense de Andorra empeñada en "salir adelante y ser psicológicamente fuerte". Para ella, la rutina diaria sigue siendo "un reto continuo".

De hecho, vestirse le puede costar "unos 10 minutos" debido a sus limitaciones que, por ejemplo, le impiden abrocharse botones. "Y vestir a mis hijos ni le cuento", apunta. Incluso, Luisa se muestra convencida de que no pasó del COU por miedo. "Fue culpa mía, pero estoy convencida de que tenía miedo a irme a vivir sola y tener que valerme por mí misma. No me atrevía a salir del amparo de mi casa y mi familia, así que creo que dejé de estudiar porque me frenaron mis propias limitaciones".

Luisa tuvo conciencia de que podía ser una víctima de la talidomida a través de los medios de comunicación. "No lo supe hasta que vimos por televisión a personas con las mismas malformaciones que yo y que habían sido reconocidas en el centro de malformaciones congénitas de España". Así que Luisa decidió someterse al protocolo clínico. "Me hicieron tres estudios y uno de ellos establecía que podía ser víctima de la talidomida". El hospital Miguel Servet de Zaragoza se encargó de descartar que la malformación respondiera a cuestiones genéticas. "Se portaron muy bien", subraya. Así, Luisa supo que había sido víctima del fármaco. Tenía 42 años.

Ahora, ocho años después, la zaragozana tiene la sensación de haber cruzado "un campo de minas" hasta llegar al juicio. "Nos faltan brazos y piernas, pero estamos enteros y es el comienzo de una nueva fase".

El pasado lunes, día del juicio y final del proceso tras haberse celebrado dos audiencias con anterioridad, Luisa se levantó a las 6.00 horas, presa de los nervios y la incertidumbre, "pero ya estoy en paz conmigo mismo y satisfecha sobre todo por mis padres". Ahora su obsesión es "depurar responsabilidades" porque "los alemanes afectados llevan cobrando un sueldo desde los 7 años y a mi me habría gustado que mis padres no hubieran tenido que trabajar tanto. Primero, que declaren culpables a esa farmacéutica alemana y luego hablaremos de dinero y de indemnizaciones correspondientes a cada afectado, pero, ante todo, queremos escuchar que el que ha hecho esto es considerado por un juez culpable y responsable de todo este daño".

Mientras, la zaragozana aguarda impaciente. "Pero ahora, por fin y después de demasiado tiempo, me siento bien", dice.