Gere solo tiene una calle. Para llegar hay que recorrer tres cuartos de hora de camino. Las vacas obstaculizan el paso en ocasiones y es necesario parar y apartarlas. También se ven dos caballos. La pista de tierra es tortuosa, revirada, una quimera para todo vehículo que no sea un todoterreno. El pueblo, en el valle de La Solana, en el Sobrarbe oscense, fue abandonado en los 60. Ahora está ocupado por tres personas. Fran es una de ellas. Tienen huerto, animales, un invernadero, una pequeña carpintería y han habilitado una de las casas para vivir.

Llegó a Gere el 27 de mayo de hace siete años. La maleza devoraba este pequeño municipio. Los tejados de las casas estaban caídos, la iglesia en honor a San Saturnino en ruinas y la única calle, La Fuente, impracticable. "Al principio no teníamos ni luz, usábamos velas, fue bastante duro. No sabíamos ni por dónde salía el sol", explica. Ahora está todo más organizado. A este riojano no le gusta hablar de hippies. Dice que es un cliché. "Esto es un proyecto comunitario. Vinimos a trabajar. Yo me levanto a las ocho y solo descanso para echar una la siesta. Siempre hay algo que hacer", asegura.

Los quince pueblos del valle de La Solana fueron abandonados en los 60, cuando se proyectaba la construcción del embalse de Jánovas. Para sujetar el monte y evitar corrimientos de tierra, el régimen franquista decidió plantar pinos en las tierras trabajadas. Y los vecinos se vieron forzados a marcharse. El capricho esperpéntico de la dictadura dejó estos pequeños núcleos deshabitados. Las tierras pasaron a manos de Patrimonio Forestal, y los pueblos quedaron en un limbo administrativo. Para desde hace unos años doce de ellos han sido ocupados por pobladores. Y en uno, San Martín, se ha construido un hotel.

El antiguo propietario de la casa que ocupa Fran se llama José Antonio y vive en Manresa. Alguna vez ha vuelto a su pueblo, Gere, para recordar los viejos tiempos. "Nunca hemos temido un desalojo. La gente que vivió aquí siente que la echaron y no se plantea regresar, ni les importa que recuperemos esto", explica el riojano mientras ofrece limonada a los visitantes. Luego se lía un cigarro. Especifica que él y sus dos compañeras, una de ellas su pareja, tienen unos gastos de 400 euros al mes.

De los quince pueblos del valle solo Giral y Pulluelo están desocupados. En el primero, con cinco casas en ruinas, pastan las vacas de Fernando, alguacil de Fiscal, municipio del que dependen todos estos núcleos. El alcalde, Manuel Larrosa (PSOE) se queja de que las ocupaciones se hagan sin control. "Aquí la gente viene y se va, hace lo que quiere. Se instalan en espacios forestales y un día pasará una desgracia. Entonces quién se hará responsable?", lamenta. El regidor ha mantenido contactos con la subdelegación del Gobierno de Aragón para que se tomen medidas. Sin resultado. Exige medidas urgentes al Ejecutivo autonómico. "Que los concentren a todos en un mismo municipio, así será más sencillo controlarlos. Además, los ganaderos se quejan mucho porque sus perros asustan a las vacas", cuenta el socialista.

Fran acaricia el lomo de Pancho, el cerdo de más de 100 kilos que dormita en la pocilga. Compró el animal hace pocos días a un vecino de la zona poco después de que lo caparan. Ahora se le han infectado los puntos de la operación, y él mismo se los cura. "Nosotros no tenemos problemas con nadie, puedes preguntar. Controlamos a los perros para que no se metan con las vacas", dice. Recorre el pueblo a pasos rápidos, mientras enciende un cigarro recién liado. La coneja parió el día anterior; todavía no ha contado el número de crías. Está orgulloso de lo que ha hecho en Gere. "Esta es mi casa, mi pueblo en usufructo, el terruño", asegura mientras muestra una gallina ponedora.

Ni se le pasa por la cabeza la posibilidad de ser desalojado. "Se intentó en Sasé hace unos años, pero no se consiguió. Ahora están todos los pueblos ocupados y es imposible que nos echen. Aquí me he dejado la piel trabajando, a mí que me dejen en paz porque yo no doy lecciones de vida a nadie", sentencia. Se queja de que ayer un agente le denunció por utilizar mangueras en el riego de sus huertos. Tendría que pagar entre 10.000 y 60.000 euros.

La ocupación de los pueblos de La Solana es una suerte de patata caliente para el Gobierno de Aragón. "Es un tema muy difícil", se apresuran a decir desde el departamento de Medio Ambiente. Explican que hace un control de los pobladores y que se tramitan muchas denuncias. Aunque no sirven para nada porque nunca se pagan. Solo constan en un limbo administrativo. En la DGA se conforman con que no haya problemas, con que la población no aumente, y temen el efecto llamada si el caso del valle se da a conocer.

El valle de La Solana, flanqueado por el azul imposible del río Ara, esconde, además de sus doce pueblos ocupados, el hotel Casa San Martín. Es un lujoso establecimiento regentado por Mario Reis. Este brasileño emprendió este negocio junto a su ya expareja, David, después de estar unos años buscando un paraje como este. Evita las críticas a los okupas que habitan en los municipios de alrededor, aunque tampoco tiene mucha relación con ellos. Sí señala, sin embargo, que él paga todos los impuestos y cumple con todas las normativas. "Las reglas de juego deberían ser iguales para todos, pero es imposible. Hay quien puede hacer lo que quiera", reconoce.

LAS GUITARRAS

El lujo y la exclusividad de las estancias que recorre Mario Reis --cada noche cuesta 150 euros desayuno incluido-- contrasta con la modestia de la casa de Fran. Muestra su despensa, como la de las casas de antes, con botes de conservas que ellos mismos elaboran. De la pared cuelgan dos guitarras españolas; encima de la mesa hay brotes germinados; en el fregadero se acumulan los cacharros; el perro descansa en la escalera y media doce de libros en una estantería. Entre ellos el de Carlos Baselga, centrado en el valle. Fran lo muestra; tiene señaladas varias páginas. "Aquí está todo", dice.

Admite que no le gustaría que viniese nadie más a vivir al pueblo. Aunque alguna vez pasa gente, están unos días conviviendo y luego se marchan de nuevo. "No me planteo ampliar la comunidad. No puedo prohibir que alguien venga y se instale. Pero no nos llevaríamos bien. Y casi es mejor que se vaya a otro sitio, yo mismo le mostraría varios lugares", dice. Su ocupación se ha extendido a buena parte de las casas. Pero insiste en que la convivencia, también con los ganaderos, es buena. "Hay que cuidar las relaciones con la gente. Hay que conocerse. Y aquí tiempo para eso tenemos".