La actriz Concha Velasco protagonizaba la semana pasada una épica interpretación en el Teatro Principal de Zaragoza, que acabó puesto en pie.

La diva daba carne escénica a la madre de un niño con síndrome de Down. En un momento de la obra le preguntaba, se preguntaba, nos preguntaba quién era el anormal, si su hijo deficiente o todos esos banqueros, políticos y poderosos que juegan con los servicios y el dinero de los demás, y a los que la justicia molesta en menor grado que al ladrón de bicicletas del neorrealismo social español (el de las manos que escarban en la basura).

También el autor italiano Andrea Camilleri, que sabe bastante de políticos sicilianos y de banqueros vaticanos, se formula una cuestión parecida en su última y recomendable novela, Juego de espejos, de la serie del comisario Montalbano.

En la trama novelesca, de corte realista, Montalbano consigue detener a un mafioso responsable de una red de narcotráfico. Pero la novela queda tan abierta como el juicio por celebrar. Montalbano concluye reflexionando con amargura: "La justicia se ha puesto en marcha, pero no estoy seguro de que acabe impartiendoo justicia. En su recorrido encontrará obstáculos innumerables: abogados pagados a precio de oro, honorables diputados que deben su cargo a la mafia y tienen que saldar su deuda, algunos jueces menos valientes que otros, un centenar de testimonios falsos...".

Da la impresión de que la Justicia en España, como la Sanidad, como la Educación, va hacia atrás, a la baja. Los grandes procesos por los ERE, Urdangarin, el caso La Muela, la contabilidad del PP, ahora la familia Pujol, mañana el fiscal dirá, se eternizan en pruebas periciales, en piezas paralelas, en una espiral procesal que no parece terminar nunca.

Años, muchos, demasiados años después de interpuestas las denuncias o emprendidas las investigaciones los sospechosos siguen en su lugar de origen o trabajo, a la espera de imputaciones, cargos sentencias y condenas que no se acaban de pronunciar.

Nos está pasando un poco como al comisario Montalbano de Andrea Camilleri, que empezamos a dudar de la eficacia de la maquinaria judicial, a temer que la ley no sea para todos igual porque no todos son iguales en democracias como la española o la italiana. Hay clases, clanes, mafias.