El científico aragonés Mateo Valero, natural de Alfamén, se ha convertido esta semana en el primer europeo en ganar el Seymour Cray, considerado el Nobel de la supercomputación.

--¿Qué supone este premio?

--Como cualquier reconocimiento, es una alegría. Se personaliza en mí, pero es el trabajo de un grupo que llevamos más de 30 años juntos, así que estoy contento personalmente, pero también de forma colectiva. Este es un galardón que solo lo han recibido dos japoneses y catorce norteamericanos. Y fue una sorpresa, porque no sabía ni que me habían presentado como candidato.

--¿Qué nivel tiene España en materia de supercomputación?

--Se dice que el país que no computa no compite. Y en España hemos llegado tarde a este tema. Poco a poco se empezaron a dar cursos de computación, de programación, hubo colaboraciones con empresas, pero teníamos computadores muy sencillos y no había nada de experiencia. En 1984 creé en Barcelona el primer centro de paralelismo, el CEPBA, y avanzamos lentos, pero en el 2004 nuestro patronato, en colaboración con Madrid, la Universidad de Barcelona y la Generalitat de Calatuña, dio otro salto y creamos el Centro Nacional de Supercomputación. Ese fue un punto de inflexión. A partir de ahí, España subió de nivel. A nivel global, somos un pequeño oasis en el desierto de la supercomputación española

--¿Cómo está Aragón en el tema de la supercomputación?

--En Zaragoza hay gente muy buena. Y lo sé porque en el 2006 tuvimos la idea de crear una red española de supercomputación en la que distribuir nuestro primer MareNostrum --el supercomputador más potente de España y que está ubicado en Barcelona-- en seis ciudades, entre ellas Zaragoza. Allí está el instituto de Biocomputación y Física (BIFI), con un grupo muy potente de físicos que fue pionero en diseñar máquinas usando la tecnología FPGA (Field-Programmable Gate Array). Desde entonces, hay colaboración con Zaragoza. Hay nivel, pero el problema es que no hay recursos.

--¿Qué llevó a Mateo Valero a interesarse por este mundo?

--Soy aragonés y muy tozudo. Hice el primer año de la carrera en Zaragoza, después me marché a Madrid y allí me dieron una asignatura que era Computadores. Ya en Barcelona donde me trasladé para hacer Telecomunicaciones, me especialicé y mi tesis estuvo basada en los computadores. Ahí nació todo. Después creé un grupo de expertos y tuve la opción de contratar a gente mejor que yo, así que se configuró un equipo muy potente.

--¿Qué es más satisfactorio, ser el primer europeo con el 'Nobel' de supercomputación o que la escuela de Alfamén, su pueblo, lleve su nombre?

--¿Usted que cree? Ninguno de mis colegas tienen un colegio a su nombre y me tienen una envidia tremenda. Eso es demasiado para mí, porque además fue el mismo centro en el que yo estudié, con sus mismas paredes y donde los profesores me echaron alguna que otra bronca. También me nombraron hijo predilecto

--¿Vuelve mucho por allí?

--Siempre que puedo, sobre todo a las fiestas. Mi madre, mis hermanos y mis amigos viven en Zaragoza. También acudo a las cenas de los quintos, a las celebraciones de mi grupo. Lo que más echo de menos es la comida de mi madre. Cuando vine a Barcelona a estudiar me traía centenares de albóndigas y croquetas hechas por ella y todos los vecinos me reconocían lo buenas que están.

--¿Se siente pues reconocido por su tierra?

--Por supuesto. Mis paisanos me han dado mucho y me siento muy orgulloso de haber nacido donde nací, empezando por Alfamén, hasta la comarca y la comunidad en general. La universidad me nombró Honoris Causa, recibí el Premio Aragón por parte de la DGA, una distinción de las casas regionales y la Medalla de Platino como Aragonés Ilustre.