Qué bello era pasear por aquellos bulevares zaragozanos donde árboles varios daban sombra en la calor y cobijo cuando el frío trataba de marcar los tiempos estacionales, poesía. Andan muertos los pasos, los asientos puro deterioro. Y esos abuelos y abuelas que sentaban culos al calor platicando las bellezas de nietas, los gamberreos de los tordillos, sufriendo. Hoy solo mandan los canes, y muchas buenas gentes que bolsita en mano recogen lo necesario, heces producto del amor y la biología. Esta ciudad sufre suciedad y cada día los bulevares más torpes, puro ensueño de ausencias, aquellos plácidos bancos donde platicar ya es basura. Hay que asear, limpiar, cuidar, mimar, tener limpia la ciudad. Y las máquinas no lo hacen, los empleados tratan de ayudar aunque con escasos medios. Y poesías, hojas, colillas, todo embarrando los pasos y las palabras. En esta gusanera urbe falta calor, ganas de vida, a saber limpieza y corazón. Tengo un can, y trato de que cancanee respetando. Si mea, en lugar adecuado. Si caga, pronta la bolsa que recoge los detritus. Mas paso a paso, en cualquier acera, mierda y la calle es mía. Es lamentable andar entre las mierdas de las calles, oler la prepotencia de los amos y el que venga detrás que apriete. Hora es ya de que se actúe. Salgo con mi perra, la cuido, hago que haga lo suyo en lugar adecuado y limpio. Y veo, a mi lado, a muchos otros que ensucian y juegan con sus canes cual si fueran reyes. Rompen la poesía, los paseos, el amor al can, tan hermoso amigo. Seguro que una mierda vale menos que un respeto.