Los osos han vuelto al Pirineo para quedarse, algo que la mayoría de los ganaderos observan como un fin de ciclo que condenará su actividad a la desaparición. «Estamos ante la última palabra del Credo», asegura José Lancuentra, el propietario de uno de los últimos rebaños atacados por los plantígrados en Beleder, una pedanía de Campo. A pesar de que las administraciones que defienden la reintroducción consideran que su influencia en la actividad humana es mínima, el pesimismo se ha instalado en las comarcas de la Ribagorza y la Jacetania.

«Encontrar una oveja muerta es muy doloroso», reconoce por su parte Antonio Casajús, propietario de una ganadería en Ansó. «Si se tienen que asentar los osos deberían hacerlo en un lugar que no perjudicara a nadie», insisten, al considerar que el fin del pastoreo también pondrá en riesgo el equilibrio ecológico de los valles. «Por ejemplo, las ovejas se comen la hierba que impide que se asiente la nieve en las cumbres, así se retrasa el deshielo», indica Lancuentra.

Los encargados de controlar los movimientos de estos animales son los miembros de la llamada patrulla oso. En la Ribagorza la conforman Adrián González y Juan Carlos Pallas. Llevan diez años desarrollando su labor y todavía no han visto en vivo a uno de los animales que persiguen: en Aragón solo se les conoce por pruebas indirectas como las imágenes que captan las cámaras de trampeo o las huellas que dejan en los alrededores de los ataques. «Cuando recibimos el aviso tras una muerte nuestra labor es buscar pistas sobe la presencia del plantígrado», explican.

En la amplia zona que vigilan la osa más activa es Sarousse, culpable de los últimos corderos muertos. También se le atribuyen algunas incursiones a Goiat, un animal especialmente violento que probablemente esté detrás de la hembra, pues es la época de celo. «Normalmente se alimentan de plantas en un 70%, pero el resto de sus víctimas son jabalís, corzos o ciervos», indican los agentes del Gobierno de Aragón. Los ataques a rebaños son esporádicos, pero generan gran alarma social.

«La actividad ganadera no es viable, por eso la llegada de estos animales nos va a dar la puntilla, aunque no ofrezcan ayudas después de cada muerte», insiste Lancuentra en uno de los parajes en los que suele soltar sus animales. Las noches de tormenta siempre auguran malas noticias, pues con los rayos las ovejas tienden a separarse del rebaño. Y una oveja despistada es una presa fácil para los plantígrados. «Cuando quieran tomar medidas habrá desaparecido la ganadería», lamenta Casajús.

Además de la convocatoria de ayudas abierta por el Gobierno de Aragón, que llega a los 500.000 euros, la labor de prevención incluye la colocación de cercados o la unión de rebaños para evitar la dispersión. También el uso de mastines con el objetivo de defender a los animales si acechan los osos. Por esta razón los guardias forestales avisan a los turistas que no intenten jugar con los perros, pues están «trabajando» y no les gusta que nadie se acerque a los corderos.