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Contracorriente
CONTRACORRIENTE INVESTIGADORA DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Irene Pérez Ibarra: «Las explotaciones familiares son básicas para el medio ambiente»

Irene Pérez Ibarra, investigadora de la Universidad de Zaragoza. ÁNGEL DE CASTRO

Irene Pérez Ibarra es investigadora de la Universidad de Zaragoza en el Instituto Mixto Agroalimentario. Su proyecto 'Resilient Rules' ha obtenido 2,6 millones de euros del Consejo Europeo de investigación, considerada la ayuda de mayor prestigio científico de la Unión Europea.

Su proyecto 'Resilient Rules' ha recibido una financiación de 2,6 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación. ¿En qué consiste exactamente?

El proyecto se centra en cómo se organiza la sociedad actual para gestionar los recursos naturales como el agua, los pastos, la tierra y también infraestructuras como los canales de riego. La idea es estudiar sistemas agrarios y ganaderos de todo el mundo y conocer de qué forma esas sociedades se organizan para gestionar sus recursos; ver cuánta diversidad institucional hay y cómo van cambiando en el espacio y en el tiempo. La intención es estudiar 52 comunidades de todos los continentes, con sus diversidades culturales y ecológicas. Cuantificar los patrones de esa diversidad para trazar un mapa y ver su importancia para la resiliencia de los sistemas agrarios y ganaderos y responder de manera eficaz al cambio ecológico y demográfico.

Cuándo habla de diversidad institucional, ¿a qué se refiere?

Nosotros llamamos instituciones al conjunto de reglas o normas que utilizan esas comunidades agrarias en su gestión y a la hora de compartir un recurso natural; pueden ser normas escritas pero también comportamientos no escritos. Por ejemplo, las comunidades agrarias y ganaderas siguen una serie de tradiciones que se mantienen aunque no estén escritas. En cada una de ellas, en su manera de actuar, influyen las condiciones medioambientales, pero también las sociales y culturales de cada sitio. Son tradiciones que vienen de hace cientos de años.

Además del cambio climático, que sin duda va a modificar las formas de comportamiento de muchas de esas comunidades agrarias, ¿pueden acciones de gobiernos o grandes empresas, como las macrogranjas, o las eólicas, por ejemplo, acabar con estas prácticas tradicionales y esas formas de vida?

Es verdad que todo cambia rápidamente y de ahí que el proyecto hable de ver cómo evolucionan esas instituciones en el espacio y en el tiempo. Cambia todo tan rápido, decía, que una de las cosas que me gustaría es poner en valor estas reglas tradicionales y que fuesen reconocidas como patrimonio inmaterial de la humanidad. Y es verdad que el progreso está modificando todo; cualquier cambio de paisaje tiene un efecto en el mundo rural y donde antes había cereales ahora hay placas solares, con lo que hay que buscar nuevos pastos para el ganado o nuevas rutas de paso. También la despoblación ha hecho que en muchos sitios se pierdan las reglas de nuestros abuelos, que si no se recuperan es un legado perdido. Pero incluso en casos de no abandono de los pueblos las reglas están cambiando, por ejemplo, para adaptarse a las normas que marca la política agraria comunitaria y poder recibir subvenciones.

¿Por qué un sector tan importante para la vida es sin embargo tenido siempre tan poco en cuenta y está tan desamparado?

Es verdad, no se es consciente de su valor y su significado. A nosotros nos han llegado a decir que por qué estudiábamos estas explotaciones pequeñas de carácter familiar si no tenían importancia; mientras que nosotros tenemos claro que es todo lo contrario, pues son básicas tanto para el cuidado del medio ambiente como para la seguridad alimentaria. Las explotaciones familiares son las que más contribuyen al equilibrio global del sistema.

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