Hace solo cinco años, los robos de cable de cobre, el llamado oro rojo, se convertían en un auténtico quebradero de cabeza para quienes los sufrían, especialmente las infraestructuras ferroviarias, sector de la construcción y servicios de alumbrado y parques en los municipios. Hasta el punto que esta fiebre iba ganando décimas incesantemente y obligó al Ministerio del Interior y a los gestores de estos espacios damnificados a tomar medidas.

Lo cierto es que, a día de hoy, en Aragón al menos parece que esa enfermedad vive sus peores momentos, con una caída importante de saqueos que, por aquel entonces, movilizaba a bandas organizadas con un modus operandi muy especializado. Las claves: la Policía ha intensificado la coordinación con los puntos de venta y la vigilancia, mientras los dueños de las instalaciones se refugian en el aluminio, que vale mucho menos en el mercado negro para minimizar los saqueos sufridos en el pasado.

Las instalaciones ferroviarias son un claro ejemplo de esa clara tendencia a la baja que, en las ciudades y municipios más pequeños, también están notando. Los datos oficiales de Adif evidencian, además, no solo ese descenso en las cifras sino también que la pandemia del coronavirus, dos estados de alarma, confinamientos intermitentes y prolongados y una menor actividad económica también han pasado factura a los cacos.

Pasar de kilómetros a metros

Una estadística que demuestra, por otra parte, que el drama incontrolable de tener a bandas organizadas actuando en el territorio y que se llevaban toneladas de cobre parece haber pasado ya. Antes del covid, en 2019, la cifra de metros sustraídos ya había caído a solo 686 metros, cuando hace diez años se medía en kilómetros. De ellos, además, 65 se localizaron en la provincia de Huesca, 150 en la de Teruel y 471 en la de Zaragoza.

Un año después, con la pandemia del covid poniendo el día a día de todo el mundo patas arriba, se cuantificaron solo 16 metros, todos ellos en la provincia de Zaragoza. Ni la de Huesca ni la de Teruel sufrieron sustracciones. Y así siguió durante todo 2021 en la provincia turolense, aunque la estadística global vivió un repunte importante en las instalaciones ferroviarias hasta cuadruplicar la cifra de 2019 y llegar a 3.104 metros sustraídos en las líneas de tren aragonesas, con un importante matiz con respecto a la prepandemia, la práctica totalidad de robos se localizaron en la de Zaragoza, con 3.074, y solo 30 en la oscense.

«Desde Adif siempre estamos reforzando la vigilancia y si vemos algún punto caliente se redoblan las patrullas de seguridad. tenemos una red, sobre todo en la de las líneas convencionales, que es muy extensa y no siempre se puede llegar a vigilar todo», explicaban las fuentes oficiales del gestor de infraestructuras ferroviarias a este diario. Una labor que en otras épocas y otras comunidades ha vivido situaciones muy complicadas con la actuación de bandas organizadas que realizaban saqueos continuados y con especial repercusión en las líneas de alta velocidad.

Perjuicio a los ciudadanos

Eso les llevo a sustituir el cobre por el aluminio en muchas instalaciones, dado que este material está mucho menos cotizado en el mercado que el cobre.

Esta fue una de las medidas implantadas con resultados ya evidentes. Son «mitigadoras» junto al refuerzo de la vigilancia que, por otra parte, también supone una repercusión económica en lo que es la explotación y mantenimiento. Es el peaje de esta actividad delictiva, «porque al valor económico del material sustraído se suma el perjuicio a los ciudadanos por los servicios que se puedan ver afectados, el del cable que se tiene que reponer y el del personal que se dedica a esa supervisión de las líneas». Operarios que mientras hacen esas labores dejan de hacer otras.

En lo que respecta a los municipios, en Zaragoza por ejemplo, sin que haya cifras que midan en frío el impacto de las medidas antirrobo adoptadas, sí se percibe una menor actividad delictiva en zonas que, por ejemplo el recinto ferial de Valdespartera, tradicionalmente han sufrido robos en su alumbrado y otras instalaciones. Durante años esta y otros espacios de la periferia, también parques como el que discurre junto al río Gállego en Santa Isabel y la avenida Cataluña, han vivido episodios de este tipo, pero ahora la sensación es que también han descendido de forma notable.

Aluminio, la mejor medicina

La fiebre del oro rojo ya no es la que era, quizá por la efectividad del plan activado en agosto de 2015 por el Ministerio del Interior para dar respuesta a estas actividades ilícitas en auge hace más de un lustro en todo el país. Hoy, indicaban fuentes consultadas por este diario expertas en la materia, parece haberse limitado a «ladrones de poca monta» con muchas dificultades «para colocar el material robado en el mercado negro» y con un precio, eso sí, «que se mantiene muy alto» en comparación con otros como, precisamente, el aluminio, el sustituto del cobre en muchas instalaciones.

De hecho, apenas se ha devaluado, ya que hace cinco años se pagaba a unos 5 euros el kilo de cobre y ahora ronda los 5,50 euros. No hay crisis ni pandemias que valga en el mercado del oro rojo, que entre 2004 y 2007 llegó a cuadruplicar su precio de dos a ocho euros y luego se ajustó a tres menos.

Y ya debía compensar a quienes llegaban a robar 200 o 300 kilos en un solo saqueo, porque aunque podían caerle hasta cinco años por robo al final no pasaba de más de uno y medio por hurto. Ahora el cambio al aluminio ha demostrado ser más efectivo, ya que por cada kilo, en función de su calidad, se llega a pagar solo entre 70 céntimos y 1,20 euros. Parece ser la mejor medicina para los que vivían de esta fiebre.