Juan Luis, el mayor y más discreto de los hermanos Panero, ha muerto como vivió. Solitario. Sin fanfarrias ni homenajes. Eso quedó para su padre, el hoy olvidado poeta del régimen Leopoldo Panero, mucho más acostumbrado a las estatuas. Juan Luis, que luchó por distanciarse como autor de la figura paterna, murió el lunes víctima de un cáncer en su casa de Torroella de Montgrí, donde se fue a vivir, o más bien se recluyó, hace más de 20 años, y solo ayer tras la incineración se difundió la noticia. Tenía 71 años.

Para la memoria popular, Juan Luis Panero (Madrid, 1942) será siempre uno de los protagonistas de El desencanto, la película con la que Jaime Chávarri golpeó a la sociedad española en 1976 y que mostraba con obscena franqueza la disección de los Panero, una familia bien (en términos franquistas) tras la muerte del patriarca. Entones era fácil establecer el paralelismo entre el padre fallecido y el caudillo. Dos losas importantes.

En el documental, Leopoldo María, el segundo hijo, que formaba parte de la nómina de los Nueve Novísimos, ya apuntaba maneras de poeta maldito. Su enfermedad mental y sus internamientos posteriores en los psiquiátricos de Mondragón y Las Palmas acabarían redondeando esa figura.

Michi, el menor, el más encantador pero también el menos dotado para la creación, fue el primero en marcharse, no antes de dejar constancia de su deterioro final en otro documental, Después de tantos años, que recoge a los hermanos ya sin la madre, dos décadas después en una película que duele. Porque todo lo que se perfilaba en la primera se ha cumplido en la segunda.

Juan Luis deploraba ambos documentales. "Me aburren", solía repetir. Quizá porque en ellos fue el más desdibujado de todos los participantes, aunque todo el mundo quedaba desdibujado frente a la claridad y la firmeza de la madre, Felicidad Blanch.

Como autor se colocó a la sombra de Luis Cernuda y T. S. Eliot --a quienes conoció de niño-- y al igual que su hermano, pero con menor predicamento, empezó a publicar en los años 60. Del 68 es A través del tiempo; del 75, Los trucos de la muerte y en 1978, Desapariciones y fracasos, títulos que pasaron de puntillas en el panorama poético español, quizá opacados por la larga sombra de Leopoldo María Panero --con quien dejó de tener trato--. En los 80 su suerte cambia, publica Juegos para aplazar la muerte que es muy bien recibida y supone su redescubrimiento, Antes de que llegue la noche y Galería de Fantasmas (Premio Loewe).

DESPEDIDA Y CIERRE En 1999 en su autobiografía Sin rumbo cierto, escrita en colaboración con el crítico Fernando Valls, que ganó el Premio Comillas de Editorial Tusquets, pasa revista a los momentos más significativos de su vida en un estilo directo y clarificador. Ahí están, entre otras, su experiencia como alumno interno en El Escorial, su paso por el swinging London, sus numerosos viajes, el descubrimiento de la poesía latinoamericana --la de Jorge Luis Borges y Octavio Paz-- y, especialmente, su relación con las mujeres que propiciarían buena parte de su poesía de tema erótico. Solo unos meses antes de la aparición de esas memorias conversadas había publicado Enigmas y despedidas que sería, voluntariamente, su último poemario y cerraría así prematuramente una producción esencial y nada prolífica.

En los últimos tiempos solo abandonaba su refugio gerundense para dar algún que otro recital de poesía con su particular dicción difícil de olvidar y hacerse con algún preciado libro en una librería de Gerona. La decadencia, la obsesión del suicidio, la memoria y un pensamiento fatalista expuesto con fría objetividad marcaron sus líneas maestras.