Juan José Campanella se rió ayer cuando le preguntaron si inaugurar el Festival de San Sebastián con su debut en la animación, Futbolín, era una manera de compensar el crimen que cometió el jurado del certamen cuando en el 2009 le negaron el pan y la sal con su anterior (y maravilloso) trabajo, El secreto de sus ojos. "Luego tuvimos nuestra revancha", aseguró entre risas en referencia al Oscar que merecidamente se embolsó. Tierna, irónica pero también previsible, Futbolín no es el tipo de historia capacitada para subir el telón de un certamen de primera categoría, donde abunda el riesgo y la hondura. Así que, aunque Campanella no lo dijera (es un tipo educado y nada rencoroso) se trata, efectivamente, de recompensarle por aquel fallo imperdonable del jurado.

Con estreno en España para el 20 de diciembre, Futbolín no está hecha para los críticos más exigentes sino para el público familiar. "Lo peor que me puede pasar en San Sebastián es que vayan a verla mil adultos pensado que van a ver una película de François Ozon. Lo que quiero es que esa gente acuda al cine con sus hijos", destacó. Porque para ellos está pensada.

Realizada con la décima parte del presupuesto de un título de animación de Pixar o DreamWorks, Futbolín es la historia de unos perdedores henchidos de dignidad. No es una película de fútbol. O si lo es, lo es tanto como Casablanca es de guerra, explicó el cineasta que ,a pesar de ser argentino, no es amante del balompié. "Para mí, ese deporte es un contenedor de pasiones, como la de superarse ante los desafíos".

Eso es, precisamente, su película: la historia de un chaval de barrio que, ayudado por las figuras del futbolín de su infancia, planta cara a un equipo presidido por un engreído astro deportivo. Ahí es donde radica la mala leche de Campanella, esa que se agradece tanto y que va dirigida contra incultos deportistas de élite con casas de infarto que no dan un paso al frente si no es con un patrocinador detrás que les inunde a millones. ¿Cristiano Ronaldo?

La película se ríe de las marcas que han convertido al deporte en un negocio. Y también se burla de los que quieren acabar con