Disfunciones
Supone uno, quizá ingenuamente, que en los consejos de gobierno, sea el de Aragón o el del Ayuntamiento de Zaragoza, los consejeros hablan entre sí, se cuentan sus proyectos y coordinan la acción política. Que luego llegarán a los segundos niveles, también de designación política, hasta llegar a los técnicos, con una bien ganada plaza previa dura oposición. Supone uno.
Pero este optimismo y confianza en el funcionamiento de los mecanismos del Estado se da bofetadas con la realidad. Mientras unos parecen apostar por la promoción de la gastronomía fuera de nuestras fronteras, como motor económico, otros se aplican en generar trabas, o al menos disfunciones, en el funcionamiento diario de esos establecimientos que, precisamente, han de poner en valor nuestros activos coquinarios.
Vendamos trufa, como se está haciendo, pero decidimos dejar entrar a los animales/mascota en los bares y restaurantes; eso el leal ayuntamiento, en contra de la norma superior del gobierno autónomo, que lo impide. Mas para generar simetría en este baile de normativas, el propio gobierno se inventa una ley para que los menores no entren donde fundamentalmente se bebe. ¿Los bares?, no, los conciertos; y entonces es el siempre heroico el que se opone y le busca las cosquillas a la normativa.
Y sí, las declaraciones son interesantes, pero nada deciden. Los presupuestos, un poquito más, siempre que se cumplan. Lo cierto es que todos apoyan la gastronomía y el turismo, pero esos todos, los jefes, se dedican a poner piedrecillas en los zapatos de los hosteleros.
Si inundar tierras resulta ser de interés general --dudoso argumento-- desnormativizar el excesivo reglamentarismo que afecta a la hostelería, también debería serlo. Se supone que somos un país adulto y que la mayoría de nuestros dirigentes se enmarcan dentro de las filosofías liberales. Pues a ello.
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