Suele decirse que Juan Ramón Jiménez necesitaba de un modo feroz --alguno habrá que diga que patológicamente-- a su esposa, Zenobia Camprubí, no solo porque como (¿buena?) consorte de escritor evitaba al genio las desagradables tareas del día a día, sino porque fue también una importante colaboradora e instigadora en su trabajo y, lo más importante, la persona que conseguía con su simple presencia estabilizar sus tremebundos ataques maniaco-depresivos.

Pero esa imagen auxiliar corre el riesgo de opacar a la interesante mujer que era. La que hablaba tres idiomas, inglés, francés y castellano. La traductora de Rabindranath Tagore. Una de las primeras abanderadas de la emancipación de la mujer en España. Secretaria del Lyceum, un club femenino a imitación de los sufragistas ingleses que entre 1926 y 1939 fomentaba la educación femenina en un país de analfabetos.

De ahí la importancia de la aparición del volumen Diario de Juventud (Fundación José Manuel Lara), inédito hasta el momento, que abarca el periodo 1905 a 1911 --con la salvedad de 1910, año en el que no escribió nada-- y que complementa los ya conocidos diarios de exilio de Camprubí más el de 1916, el año de su boda. Para la profesora Emilia Cortés Ibáñez, responsable del volumen, este es importante porque muestra precisamente a Zenobia con todos sus intereses, cuando todavía Juan Ramón Jiménez no había entrado en su vida. "Ese tramo que coincide con el tiempo que se traslado con su madre a los Estados Unidos es bastante desconocido. Y sirve para ver cómo ella se va formando. No conocíamos los detalles de su estancia en Valencia, ni de los dos viajes que hizo a Suiza. Este libro rellena las lagunas de su correspondencia".

Hija de una portorriqueña adinerada y un ingeniero catalán, Zenobia nació en Malgrat (pueblo costero de Barcelona) en 1887, en una mansión colonial cuyos jardines son hoy el Parque de Can Campassol y que en realidad era la segunda residencia de la familia. Las desavenencias de los padres hicieron que la niña y sus hermanos viajaran con la madre a Nueva York, donde pasó toda su adolescencia. Cuando regresaron y reagruparon en 1909, primero en Andalucía y luego en Madrid, la llamaban la Americanita. El diario de esos años, escrito originalmente en inglés, es de carácter más bien práctico y poco reflexivo, nació a instancias de la madre, frente a la que demuestra una gran dependencia. "El objeto de este libro es simplemente es hacer que me dé cuenta de las pocas cosas útiles de mi vida que hago durante el día". Para Cortés, hay que enmarcar la relación en su momento, finales del siglo XIX. "Ella era la única hija de la familia. Pensemos en qué educación tenían las mujeres entonces. Una educación doméstica, por supuesto. No iban al colegio. Como mucho se formaban en casa con preceptores particulares, como fue el caso de Zenobia". Es decir, que en modo alguno su educación, con profesor de piano incluido y labores de costura, estuvo dirigida primordialmente a hacer de ella una mujer con criterio propio. Pero así ocurrió.

POETA Junto al diario completan el volumen una serie de artículos aparecidos en distintas publicaciones norteamericanas. A los que hay que añadir las conferencias dictadas en Puerto Rico, donde dio clases en la universidad y los 27 poemas, de los que apenas se conocían cuatro, escritos en su mayor parte en inglés, pero también alguno en francés. "Son más interesantes por su contenido que por su estética, porque nos muestran la personalidad de Zenobia", explica Cortés.

El volumen se cierra con una serie de retratos de un marido y un matrimonio que nunca le resultaron fáciles: "En temporadas nerviosas (Juan Ramón) no hace el menor esfuerzo por dominarse y llega a una crueldad increíble en el egoísmo...", escribe. También da la clave de por qué, finalmente, se plegó a las exigencias del esposo y aparcó sus sueños: "Los frutos de mis veleidades literarias no me garantizaban ninguna vocación seria. Al casarme con quien, desde los catorce, había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta en el acto de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos". ¿Una lástima? Posiblemente.