Cuando cayó en sus manos el proyecto de Superlópez, Borja Cobeaga y Diego San José tuvieron que tomar algunas decisiones importantes a la hora de elaborar el guion. Entre ellas, no adaptar ningún tebeo concreto, sino capturar el espíritu de las viñetas de Jan y construir una historia desde el inicio. Además, no se plantearon el personaje como un reverso de Superman a modo de parodia. No querían hacer una spoof movie sino que la película tuviera calidez y alma. Por eso decidieron que uno de los elementos fundamentales sería el costumbrismo a través del que construirían las relaciones entre los personajes.

El tándem se ha consolidado en la industria con éxitos de taquilla como Ocho apellidos vascos, pero, además, después de seis guiones juntos, han desarrollado una personalidad propia a la hora de acercarse a los personajes a través de sus inseguridades y fragilidades y dotarlos de una nueva dimensión entre patética y entrañable. Desde Pagafantas (2009), han conseguido dotar de dignidad a los perdedores y de alguna manera esa idea también está presente en Superlópez: el protagonista es un superhéroe, pero de andar por casa. Es patoso, atolondrado e inoportuno, pero tiene buen fondo y corazón. «A nosotros nos interesaba explorar la medianía», dice Borja Cobeaga. «A Louis Lane le daba igual Clark Kent y le flipaba Superman. Pero aquí, Luisa Lanas prefiere a López y Superlópez le parece un cutre».

En la película, una de las enseñanzas que Juan López recibe de su padre es que «para ser feliz, hay que ser mediocre» y que lo mejor en nuestro país, es pasar desapercibido. «Para mí es el tema principal», continúa Diego San José. «Puedes llegar más lejos sacando un seis que siendo un empollón o un repetidor. En la mitad se vive muy bien y nadie se da cuenta».

Uno de los rasgos recurrentes dentro de su trayectoria juntos tiene nombre y apellidos: Julián López. Su personaje de Jaime parece expresamente escrito para él. «Borja y yo somos unos macarras de barrio e hicimos algo sibilino. Escribimos el personaje y lo dialogamos de una manera que solo puede hacer Julián. Y cuando la gente lo leyó, el único actor que le venía a la cabeza era Julián», ríen.

En cuanto a los personajes femeninos, tanto Luisa Lanas, que interpreta Alexandra Jiménez como la villana que encarna Maribel Verdú, en realidad llevan las riendas de la acción y son las que toman las decisiones. ¿Un efecto de los nuevos tiempos? «Está muy claro -dice San José- , responde a una evolución y una responsabilidad que tenemos que tener todos dentro de la ficción actual».

Aunque pertenecen a la misma generación de directores y guionistas que han dado un soplo de aire fresco a la comedia española, lo cierto es que Cobeaga y San José no había trabajado aún con Javier Ruiz Caldera. «Bueno, sí, en El Ministerio del Tiempo, en un capítulo, pero se me olvida siempre», dice Diego. «A mí me felicitan por Anacleto, y no es mía, así que era cuestión de tiempo que termináramos trabajando juntos», dice Cobeaga.

La experiencia no puede haber sido más gratificante. Colaboraron desde el principio y eso facilitó todas las cosas a la hora de encauzar el proyecto por el mismo camino. «Escribir siendo amigos, ayuda. Esa complicidad no había que negociarla. Nos reíamos y no había que tantear de qué palo iba cada uno». Pero eran novatos en algo: nunca habían hecho un guion de acción con efectos especiales. ¿Se escribe igual cuando se está supeditado a lo que se puede o no hacer a través de la tecnología?

«Dejamos escapar la imaginación. Nos interesaba especialmente el concepto de acción con una idea cómica detrás», dice Borja. «Pero éramos conscientes de que íbamos a tener que dosificar los momentos espectaculares», continúa Diego. «Las armas que teníamos eran la cercanía argumental y los matices, no ver a un tipo volando durante 70 minutos».

El tándem ha aprendido con el tiempo que la risa no es cuestión de mucho dinero y que una réplica bien dada puede ser más efectiva que cualquier escena aparatosa. «El chiste más barato es el que más gracia puede llegar a hacer», dice Cobeaga.

También son conscientes de que su versión de Superlópez puede molestar a los puristas. «Muchas veces la gente no deja que la película le sorprenda, sino que espera ver lo que tenía en mente. Y si no encaja en sus expectativas, se enfada», comentan. Por eso no se agobiaron a la hora de escribir el filme pensando en todas estas implicaciones. Como dicen, Superlópez es una película comercial que busca el sector de público más alto posible. «Y eso desde luego, va a desconectar a mucha gente», dice Cobeaga.

Tanto él como San José son activos en las redes sociales y a menudo han dado su opinión sobre algunos temas que tienen que ver con los límites del humor. «Lo grave es cuando esto pasa a los juzgados. Pero se está magnificando cuando se dice que no hay libertad de expresión. Creo que cada vez nos tapamos la boca a nosotros mismos porque somos más preventivos a la hora de decir las cosas», dice Cobeaga. «A mí me parece peligroso todo esto. Porque nos cortamos y no por conciencia moral, que sería lo suyo, sino por propia conveniencia. Y esa presión social es una derrota», continúa San José.

Además, los dos piensan que las redes sociales han difundido esa idea de que todo el mundo tiene derecho a opinar sobre todos los temas del mundo habidos y por haber. «Ahora resulta que todos los ciudadanos son académicos del humor. Hace siglos opinaban los sabios. Ahora todo el mundo opina», afirma Diego. «Hay una pornografía de la opinión. La gente tiene muchos problemas de autoestima y necesita sacar de dentro lo que tiene. Pero a mí me importa una mierda, como dice la canción de Los Punsetes. Lucharía por un país donde se pudiera opinar, pero no donde se obligara a opinar, menuda dictadura», sentencia Cobeaga.