Eloy Tizón ha recopilado treinta años de memoria lectora en Herido leve, libro que presenta hoy a las 20 horas en La casa amarilla.

-¿Cómo se gesta esta incursión en el ensayo literario?

-Es verdad que era un libro que no estaba en el programa, lo que ocurre es que echando la vista atrás llevo mucho tiempo haciendo artículos sobre literatura, reseñas, prólogos y si te digo la verdad tampoco era consciente de ello. Ha sido al verlo agrupado cuando me he dado cuenta que había material suficiente para armar un libro sobre ello. Es una sorpresa relativa porque tiene cierta lógica.

-¿Por qué Herido leve?

-Es una forma metafórica de referirse a esa marca que nos produce la literatura cuando la descubrimos normalmente a edad temprana. Es una herida que nos deja huella y es algo que nos acompaña a lo largo de nuestra vida.

-¿No cree que se ha perdido romanticismo en el acto de leer?

-No lo sé, tengo la sensación de que siempre hemos sido un grupo pequeño. Tampoco podemos decir que hayamos sido multitudes y quiero pensar que ese momento de deslumbramiento que se produce cuando se da el encuentro entre una mente lectora y determinados textos, va a seguir existiendo y va a seguir teniendo esa aura de un cierto romanticismo al que te refieres.

-Lo que sí tengo es la sensación de que los prescriptores de libros están más ignorados...

-Es verdad que la sociedad ha cambiado mucho y se han fragmentado también mucho los canales. Los que de verdad amamos la lectura sí creo que seguimos fiándonos de determinadas voces porque realmente necesitamos que nos orienten en la lectura, es imposible abarcarlo todo.

-Ha revisado 30 años de textos, ¿qué es lo que más le ha sorprendido?

-Me ha sorprendido agradablemente el entusiasmo y la pasión que pongo. Reencontrar esa energía de alguien que empieza a encontrarse con lecturas y siente el placer de escribir sobre ellas, de compartirlas, de contagiar amor a la lectura. Y luego he visto que desde la óptica de hoy sí podía completar ese entusiasmo con un poso más de experiencia y de capacidad de relación de unos autores con otros y de unas épocas con otras.

-Por eso ha reescrito alguno de esos textos...

-Sí. No he cambiado de opinión de lo que pensaba de los libros pero sí he querido darle una mayor solidez y completar lo que me parecía que estaba incompleto.

-¿Cómo se ordena esa cantidad ingente de textos?

-(Risas). Fue complicado. Me encontré con un centenar y medio de textos sin ninguna jerarquía, orden ni coherencia… Poco a poco fui creando esas ocho familias temáticas donde ir encajando los textos pero fue también a base de prueba y error, hubo textos que los colocaba en un sitio, al cabo de unos días en otro… Ha sido un poco componer las teselas de un mosaico.

-Lo que demuestra que al final la literatura habla siempre de los mismos temas universales.

-Sí, es cierto, siempre le damos la vuelta un poco a lo mismo, a la soledad, al amor, al desamor, a la pérdida, al paso de tiempo, a la muerte y sobre eso gira casi toda la escritura.

-¿Qué sensación le ha producido el revisar sus textos?

-Una cierta melancolía porque me han pasado dos cosas, encontrarme con autores que en su momento eran mitos y que hoy han ido desapareciendo del canon y hablas con un lector joven y ni le suena el nombre y, por otro, me he encontrado textos que son joyas para mí y me apena que no estén tan presentes en nuestras conversaciones sobre libros o en el presente lector. Hay una especie de justicia rara en la literatura que a veces acierta y otras se equivoca. Hay olvidos que son dolorosos porque son autores que merecen la pena.

-¿Puedo preguntarle a qué autores se refiere?

-A mí hay dos novelas que en su momento me impactaron mucho que han ido desapareciendo. Una es El puerto de Toledo, de Anna María Ortese, que me parece un libro asombroso y la otra es de un autor ruso, Andrei Vitov, La casa Pushkin, que es una novela muy posmoderna.

-¿Y si le pregunto cuál cree que está sobrevalorado?

-Hay autores que, quizá no sea demérito suyo sino mío o deficiencia mía como lector, pero creo que... Por ejemplo, la obra de Henry Miller creo que no ha envejecido bien.