Scott Walker fue el crooner pop más refinado y el enigma andante capaz de descolocar con cada nuevo paso; la estrella juvenil que rompió con los moldes del espectáculo para trazar un camino de vértigo en los confines del pentagrama, en la vanguardia más extrema. Su voz de barítono se elevó en los hit parades de los 60 y se convirtió luego en el vehículo de obras turbulentas e influyentes para varias generaciones de creadores de amplio espectro que lloran ahora su deceso, acaecido el lunes por la mañana de una causa no especificada.

El cantante y compositor de Ohio, que pasó su juventud en Los Ángeles y encontró asentamiento definitivo en Londres, tenía 76 años y deja una obra que es un símbolo de la inquietud radical y del desapego por las reglas de juego de la música comercial. Lo cual no significa que su primera vida como ídolo pop fuera un asunto menor: The Walker Brothers desarrollaron un melodrama de altos vuelos con sensibilidad anglófila, lo cual les valió la etiqueta de los Beatles de América.

No se trataba de un grupo de hermanos, sino de un trío encabezado por John Maus, que trasladó su apellido artístico, Walker, a los otros miembros (Scott se llamaba en realidad Engel). Suyas fueron las adaptaciones más reconocidas de sendos hitos del pop orquestal, Make it easy on yourself (de Bacharach y David, 1965) y The sun ain’t gonna shine anymore (Crewe y Gaudio, 1966). Ejerciendo más de intérpretes que de autores, The Walker Brothers causaron furor en el público adolescente con sus cascadas sónicas a lo Phil Spector y con su cultivado carisma. La fama y el show business desequilibraron a Scott Walker: episodios de alcoholismo, intentos de suicidio y una reclusión en un monasterio para estudiar canto gregoriano.

EN NINGUNA DE LAS OLAS

Los tiempos estaban cambiando, si bien Walker no se disponía a sumarse a ninguna de las olas del momento sino a trazar su camino exclusivo, empezando por un debut en solitario en el que realzó el cancionero de Jacques Brel y se postuló como fino compositor en Always come back to you.

En esas cuatro obras de culto consecutivas, de Scott (1967) a Scott 4 (1969), Walker practicó aproximaciones a Brel y a autores como Tim Hardin, André Previn o Henry Mancini, al tiempo que su repertorio propio fue ganando peso hasta ocupar por completo la última (y más turbia) de las entregas. En los 70, Walker rebajó la tensión y fue el disco fruto de la reunión póstuma de The Walker Brothers, Nite flights (1978), el que marcó un nuevo punto de inflexión.

Fue cobrando forma el mito del Salinger del pop, como lo bautizaría la revista Mojo, el artista recluido, apartado para siempre de los escenarios y suministrador de obra con cuentagotas. Climate of hunter (1984) reflejó un oscurecimiento, extremado, por la vía de la electrónica industrial, en su trilogía de los abismos: Tilt (1995), The drift (2006) y Bish bosch (2012). Triturando clichés, el Walker maduro, en lugar de acomodarse, se radicalizaba con Sunn O))).

Scott Walker inalcanzable, Un hombre del siglo XXX, así se tituló sin rodeos el documental de Stephen Kijak en el que toda clase de admiradores trataron de abarcar, o de hacer un poco más descifrable, la peripecia del artista en torno al pop y más allá de él.