Con fecha 17 de febrero de 1918, el diario El Sol de Madrid publicó la siguiente noticia: «Pío Baroja candidato», que informaba sobre la decisión del escritor de presentarse a las elecciones a diputado por el distrito de Fraga, a petición de amigos artistas y periodistas. El fracaso de su primera experiencia en campañas electorales, cuando Lerroux le propuso ser candidato en las municipales de Madrid por el Partido Republicano Radical, no desanimó a Baroja, muy crítico desde entonces con el político por cuestiones ideológicas y también por su ignorancia. Lerroux, escribió Baroja: «no había leído nada serio en su vida, y creía como muchos políticos, que la lectura es un pasatiempo de holgazanes [...] Lo que no se puede es ser ni filósofo, ni escritor, ni político, no habiendo leído nada y alimentando la inteligencia con artículos de periódico y discursos de mitin...». Y no obstante, estando un día en la redacción de España, Núñez de Arenas le animó a participar en las elecciones de 1918. No le pareció mal a don Pío que, además, se mostró dispuesto a emplear las 2.500 pesetas que había cobrado de Calleja por Páginas escogidas y otras 2.500 que podía conseguir de otras editoriales «en salir derrotado». Así lo escribió en el capítulo Una excursión electoral de su libro Las horas solitarias (Notas de un aprendiz de psicólogo), en el que narra, a modo de reportaje, espléndido, las incidencias de aquella aventura.

Tras aceptar la propuesta era preciso encontrar un distrito para la candidatura de Baroja. Y ahí estaba el pintor Miguel Viladrich que, de inmediato, propuso el de Fraga, en cuya capital residía desde 1913. Bagaría, amigo de ambos, propuso que nada más llegar a Fraga debía prometer a los electores que en el Congreso se sustituyera el caramelo vulgar, anodino, insípido, por el riquísimo higo de Fraga. Estaba convencido de que don Pío sería nombrado «higo predilecto de Fraga». Sin tiempo para bromas, Viladrich se ocupó de escribir cartas y telegramas para lograr los apoyos necesarios. Y el 16 de febrero de 1918, Baroja tomó el tren a última hora de la tarde con destino a Zaragoza en cuya estación le recibieron Viladrich, Felipe Alaiz y Rafael Sánchez Ventura. Se hospedaron en el hotel Palace y al día siguiente vuelta a la estación con destino a Huesca. Llamó la atención de Baroja la indumentaria de Viladrich, «con vendas de turista en las pantorrillas y una gran capa antigua con broches de plata»; un atuendo pintoresco que creía había abandonado.

Retrato de Pío Baroja, de Bagaría.

EL VIAJE

El relato de la expedición electoral lo inicia Baroja con Viladrich, precisamente, con la clara intención de atribuirle las falsas expectativas. A Viladrich lo había conocido en 1910, durante la Exposición Nacional de Bellas Artes. A Baroja le llamó la atención Mis funerales, un cuadro extraño «que tenía algo de tabla de primitivo y algo de broma actual y macabra». Por entonces, recordó, «Viladrich era un joven menudito, afeitado y con una gran melena rubia» que causaba expectación entre el público. Oyó de sus extravagancias en París y al cabo de siete u ocho años, volvió a verlo en la redacción de España con Julio Antonio. Era un nuevo Viladrich, con el pelo al rape, vestido de burgués con corbata blanca. A Viladrich se confió Baroja. Y a Viladrich responsabilizó de su decepción. En el tren hacia Huesca, poco que ver. «El campo me parece árido y monótono», escribe. Alaiz le comentó lo extraño que podía resultar que alguien como él, que había hablado mal de la jota y de Costa, se presentara por un pueblo de Aragón. Baroja le dio razón. Ya en Huesca iniciaron las gestiones que, desde el principio, no apuntaban nada bien. El escritor Manuel Bescós, Silvio Kossti, le reprochó «melodramáticamente haber atacado a Costa», y conoció al joven periodista Salvador Goñi. La jornada transcurrió alrededor de la discusión con Medina, uno de los candidatos de Fraga, que no tenía intención de abandonar. A pesar de todo, trazaron el plan de viaje, mientras que Viladrich seguía escribiendo más cartas y telegramas. De Huesca a Tardienta y cambio de estación en Sariñena, donde se quedaron Baroja, Alaiz y Goñi. Viladrich y Ventura siguieron hasta Fraga.

Desde la estación a Sariñena, tres o cuatro kilómetros, que hicieron a pie y a «la luz de las estrellas». Al día siguiente, a Castejón de Monegros en la tartana de Blas Casañola, Petiforro o el Troglodita. Como hiciera Orwell durante la guerra civil en la sierra de Alcubierre, a la espera de que pasara algo, Baroja atendió al paisaje. «Mientras Petiforro nos cuenta sus cuitas, vamos entrando por los Monegros, zona árida, entre arcillosa y caliza, sin árboles, únicamente con matorrales de romero grandes como arbustos. Los Monegros es una región que está entre el Alcanadre, el Ebro y el Cinca. Es un terreno de margas, que en otro tiempo, probablemente, sería un gran lago. Cruzamos el Alcanadre, y pasamos por Pallaruelo de Monegros; la línea de colinas que se ve en el fondo es de la Sierra de Alcubierre».

Siguió el viaje en tartana por Castejón de Monegros, La Almolda, Bujaraloz, Peñalba y Candasnos. «Hay una desolación trágica en el sol, que cae de plano sobre esta llanura. No hay árbol, ni un regato; piedras, estepas...». Y en carro hasta Fraga, donde les esperaban Sánchez Ventura y Viladrich que le entregó un telegrama de su hermano Ricardo anunciando su llegada con Julio Antonio y Bagaría. De noche visita al castillo de Viladrich. «Abre la puerta y pasamos a una nave de una iglesia gótica, alta, vacía y obscura. Estamos un poco sorprendidos y amedrentados. Viladrich viene con un velón y nos enseña una escalera de caracol llena de calaveras». La escalera, dijo, era la de Urganda la Desconocida, una dama que todas las noches acudía al castillo. De la iglesia a la galería del castillo, que ofrecía una vista fantástica. «Hay luna y se ven todos los tejados negros del pueblo apiñados; luego una sábana de agua que brilla como un espejo: el Cinca, y más lejos el campo».

Miguel Viladrich, ‘Autorretrato’ (1909).

¿QUIÉN ES EL TAL BAROJA?

Siguió la visita al estudio del artista. La conversación se alejó de la política. Desde Lérida llegó Joaquín Maurín. Reunión con el confitero-boticario Martínez, muy influyente en Fraga, y Baroja abandona. Medina impone su candidatura. Al día siguiente Alaiz y Goñi acudieron a Monzón, y Baroja con Sánchez Ventura y Maurín a Lérida en tartana. Viladrich se quedó en Fraga. En la estación de tren en Lérida, Pío Baroja comunicó a su hermano Ricardo, a Julio Antonio y a Bagaría que todo se ha acabado. Una pena, pues Bagaría había preparado durante el camino un magnífico discurso para los ciudadanos de Fraga. «Vaya broma la de Viladrich que les ha llamado...» dice que dijo Julio Antonio.

Ya en Madrid, Azorín comentó a Baroja que el gobernador de Huesca le había preguntado quién era ese tal Pío Baroja. ¿Algún periodista? «¡Haga usted treinta tomos para que no le conozcan ni siquiera de nombre, termina diciendo Azorín con melancolía».