El Alma Mater Museum, que así se llama el Museo Diocesano de Zaragoza desde el 2016, es más que un museo religioso. Que lo es. Pues surge con el objetivo de dar a conocer la historia de la ciudad a partir del origen de la Iglesia de Zaragoza, y que no es otro que el hecho excepcional de la llegada de la Virgen María a orillas del Ebro. Pero tanto por el tratamiento museográfico historicista como por el interés de las piezas -incluye obras atribuidas a Goya y tapices diseñados por Rafael- y del propio edificio que lo alberga, el Palacio arzobispal, que fue también Palacio de los Reyes de Aragón y «que, junto a la Aljafería, reúne el mayor número de estilos arquitectónicos de la ciudad», la visita se convierte en un recorrido único por la formación del territorio aragonés y la idiosincrasia de sus gentes.

El Museo Diocesano como tal se inauguró el 21 de marzo del 2011, si bien «el proyecto de plantear un museo que recogiese las piezas más representativas de la diócesis venía de años atrás», cuenta Pilar Muniesa, coordinadora técnica del centro. Así, Domingo Buesa fue el encargado de realizar el discurso museográfico y fue el primer director científico del centro; Javier y Sonsoles Borobio llevaron a cabo la restauración del edificio y Boris Mika dirigió la plasmación del enfoque museográfico.

Cinco años después, el 29 de junio del 2016, el centro pasó a denominarse Alma Mater Museum, que como apunta su actual director, Sergio Blanco -que sustituyó a Domingo Buesa en abril del 2019-, «no solo es el nombre del museo, sino una marca que lidera varias líneas de desarrollo, una acción cultural tanto dentro y fuera del edificio». Y como ejemplo pone la gestión de las visitas guiadas a la iglesia de La Magdalena o el programa Resiliarte, un proyecto pionero en España que apuesta por poner en valor el arte y la cultura haciéndolos accesibles a colectivos con dificultades físicas, psíquicas o sociales.

Alma Mater, además, significa Madre Nutricia y tiene que ver «tanto con el edificio que ha sido sede de la gestación de la historia de la ciudad y epicentro de la diócesis, como por ser un centro del que emana la cultura». Es decir, el lugar desde el que todo comienza.

DE BASÍLICA ROMANA A PALACIO

El Alma Mater Museum se ubica en la zona más antigua del edificio, a la que se accede por la calle Echegaray y Caballero a través de un torreón del siglo XII. Corresponde al palacio de épocas románica, gótica y renacentista. Pero también quedan a la vista restos romanos, ya que se sitúa sobre la antigua basílica romana del foro «y además es el momento en el que la Virgen viene a Zaragoza y, por tanto, el origen del cristianismo en la ciudad», cuenta Sergio Blanco.

Hacer un repaso sala por sala en estas páginas sería demasiado complejo. Y más estos días, en los que la colección permanente se trufa con una muestra temporal dedicada a la Semana Santa.

Por lo que una forma de explicar el contenido permanente de este recorrido por la historia podría iniciarse planteando dos vertientes. Por un lado está el propio edificio, que gracias a la restauración sacó a la luz numerosos restos de las distintas fases constructivas, y el visitante puede ver, como ya se ha apuntado, desde columnas de la antigua basílica romana a muros románicos, techumbres mudéjares, ventanales y puertas góticas… La segunda planta, por ejemplo, adentra en el palacio mudéjar, con un magnífico artesonado en la sala 9. En estas salas residían los reyes cuando venían a la ciudad. «Se alojaban aquí para evitar rivalidades entre los nobles que les ofrecían sus palacios», cuenta Blanco. La historia de las distintas fases constructivas también tiene un apartado, donde se explican los acontecimientos que se vivieron en sus estancias.

La otra vertiente es la artística, es decir, el contenido del museo. Aunque una y otra, piezas artísticas y fases constructivas, no se entienden por separado y forman un conjunto complementario que permite disfrutar doblemente de este paseo histórico. Así, el discurso museográfico del centro parte del origen del cristianismo y está introducido por un audiovisual en el que se recrea la llegada de la Virgen a Zaragoza.

A partir de ahí, y empezando en una sala dedicada exclusivamente a una colección de imágenes de Nuestra Señora del Pilar, con tallas que van del siglo XV la más antigua al siglo XVII, y que están enmarcadas por dos tapices realizados a partir de los cartones que Rafael Sanzio pintó para la Capilla Sixtina, el paseante verá pasar la historia de la Archidiócesis de Zaragoza y la de Aragón desde esas primeras comunidades cristianas, con piezas tan destacadas como lápidas paleocristianas del siglo IV, el arcón funerario de San Braulio, tallas de la virgen desde el románico al final del gótico, con obras como la de Nuestra Señora del Salz.

Pero también disfrutará de pinturas góticas, como una de San Valero de Martín Bernat, en la que el patrón de Zaragoza aparece flanqueado por San Vicente y San Lorenzo, u otra pintura también de Martín Bernat, San Antonio Abad camino del cielo, quizá de las más conocidas del museo ya que aparece en los carteles de promoción y choca por las figuras diabólicas que rodean al santo. Piezas tan singulares y desconocidas para los zaragozanos como los capiteles románicos de la antigua iglesia de Santiago, derruida para construir la calle Don Jaime; la escultura perteneciente al retablo de la Magdalena Llanto ante el Cristo muerto, de Damián Forment, y también obras de Grabiel Joly o pinturas de Jusepe Martínez; hasta obras de los autores del entorno de Goya, como Luzán y Bayeu, y también otras atribuidas al genio de Fuendetodos, Retrato de un hombre mayor pintado entre 1766-1771 y San Pedro liberado de la cárcel por un ángel (1756-1766). La sala en la que se encuentran estos autores llevan a al Salón de los Obispos y el Salón del Trono. En este último se ubica la famosa galería de retratos de los arzobispos con obras de artistas tan notables como Goya (que pintó a Joaquín Company) o sor Isabel Guerra, que ha pintado a los últimos cuatro titulares de la archidiócesis.

Eso sí, más allá de algunas muestras de artistas del siglo XX como Pascual Blanco, Natalio Bayo, Paco Rallo o Ruizanglada, apenas hay arte contemporáneo, algo que el director, Sergio Blanco, hijo precisamente de Pascual Blanco, echa de menos. «La verdad es que hay poco arte religioso contemporáneo y me gustaría hacer una exposición que reuniese obras así», cuenta.

A pesar de todo el interés que contiene el museo, tanto el director como la coordinadora técnica estiman que no es valorado en su verdadera medida. «Por un lado, la gente que no es religiosa tiene prejucios a la hora de entrar, cuando si vas al Prado o al Museo de Zaragoza y ves arte medieval es arte religioso, es el que marca la cultura occidental», señala Pilar Muniesa. A lo que Blanco añade que, además, «el hecho de tener que pagar tres euros parece que retrae a la gente; las webs piratas han hecho mucho daño, pues la gente cree que la cultura debe ser gratis, y mantener un museo conlleva muchos gastos», concluye.