Tiene por costumbre Joaquín Carbonell no incluir en la sección de prensa de su página web las críticas o crónicas que escribo sobre sus discos o conciertos, ni los reportajes que he firmado en TVE, al contrario de lo que hace con los escritos de mis colegas. Supongo que es una reminiscencia de un periodo de enfado que pasamos (en puridad lo pasó él) a raíz de la reseña de uno de sus discos. De eso hace ya tiempo, pero ya lo dijo Michael Corleone: «no odies, pero no olvides». Pero sin rencor, oiga.

Por eso me sorprendió que, próxima la grabación de Carbonell. 50 años. 1969-2019 (Voces del mercado), me invitase a escribir uno de los textos para el disco-libro: el referente a la crónica de la actuación en el Teatro Principal de Zaragoza en la que se registró ese doble álbum conmemorativo de su medio siglo como cantautor. Quiso el destino que para el día del concierto yo tuviera un viaje programado, lo que me obligó a declinar la oferta, evitándonos, de paso, otro conflicto en el caso de que mi opinión no hubiera sido favorable, pues incluir un texto discordante en el disco-libro no habría sido muy acertado.

Pero como bien afirma el dicho árabe («el destino madruga más que tú»), aquí me tienen, hablando del disco de Carbonell, como suelo hacer con los de otros artistas. O sea: me libre del concierto, pero no de su resultado grabado. He de aclarar que encaro la labor con el mismo entusiasmo y honestidad (la objetividad, como saben, es una entelequia) con los que abordo cualquier producción discográfica cada semana en este diario; idénticos, por cierto, a los desplegados en 2017 cuando Joaquín presentó, con notable altísimo, El carbón y la rosa, en el Centro Cívico Universidad de la capital aragonesa. Bien, pues vamos al lío.

Debo informales que, además de un texto confesional del propio Carbonell, la parte literaria del disco-libro la resuelven Eloy Fernández Clemente (El Teruel de hace medio siglo), Matías Uribe (Una vida y doce discos camaleónicos), Alberto Sabio (Joaquín Carbonell y la emoción en la Transición) y Roberto Miranda (El recital de los 50 años). Y también hay que anotar que la estupenda banda que grabó con el cantor está formada por José Luis Arrazola (guitarra), Roberto Artigas (guitarra, ukelele, banjo y voces), Coco Balasch (bajo), Quique Casanova (batería) Kalina Fernández (violín) y Richi Martínez (teclados, voces y dirección musical). Con algún cambio de función y un añadido, prácticamente es la misma formación con la que actuó en el mencionado concierto del Centro Cívico Universidad.

Veinticinco canciones conforman el repertorio, que se nutre del contenido de El carbón y la rosa, su último disco de estudio (Género chico, De Teruel no es cualquiera, A tu madre no le gusta, Llámame, Dónde estabas tú), de álbumes grabados tras el hiato que hubo en su carrera, como Sin móvil ni coartada, La tos del trompetista, Carbonell canta a Brassens, Clásica y moderna…) y de elepés de su primera época (Con la ayuda de todos), además de piezas como Canción para Dimitris, El sonajero de Martín...

En fin, un programa que recorre toda la geografía sonora de Carbonell. Eso significa que textualmente encontramos a un cantautor atravesado tanto por el compromiso como con lo cotidiano y las vivencias personales (con la ironía y el humor como ingrediente natural), y que musicalmente nos va transportando por ritmos de diferente color y calado (Carbonell siempre ha huido de la canción de autor con guitarra de palo), que van desde los acentos franceses a los aires mexicanos, pasando por toda una paleta que se puede acercar tanto al rock como a lo latino.

En el disco que nos ocupa, el cantor se manifiesta suelto de voz y pletórico de ganas, aunque en algunos momentos (pocos) asome el fantasma de la tenaza, ese que aparece cuando la responsabilidad (en este caso, una grabación en directo y de aniversario) es mucha. Sí que echo en falta, en tan singular jubileo, la presencia de algunos amigos o colegas cantando al alimón con el celebrante.

Pero en definitiva, más allá del festejo, este doble y solvente artefacto musical viene a decirnos que, ahí quedan los 50, pero que luego viene otro día. Un día (unos cuantos) para seguir en danza. A fin de cuentas, para qué cantar en la ducha, pudiendo hacerlo sobre un escenario. Puede que, como canta el propio Joaquín Carbonell, vivir sea una errata, pero hay erratas que cantan y hay erratas que matan. Estas últimas no son las suyas.