Cuando Jean-Claude Carrière visitó el Centro Buñuel de Calanda por primera vez en el 2004 le pidió a su entonces director Javier Espada recorrerlo a solas. «Cuando acabó me dijo que quería hablar conmigo muy seriamente. Me empezó a contar que el último guion que escribió con Buñuel estaba protagonizado por un grupo de terroristas buñuelianos que ponían una bomba en el Louvre. A Buñuel no le gustaban nada los museos así que me temía lo peor... Pero me dijo que este museo le gustaría a Buñuel, que tenía mucho sentido del humor y que me proponía ir a todos los sitios en los que había estado con él y contar a cámara sus recuerdos». Ese fue el germen de El último guion, el documental sobre Buñuel que dirigieron Javier Espada y Gaizka Urresti con Carrière y Juan Luis Buñuel como protagonistas y que es una huella imborrable de lo que fue su relación con el cineasta calandino.

El guionista francés, el gran escudero y amigo de Luis Buñuel falleció el lunes a los 89 años de manera tranquila, mientras dormía en su apartamento en el barrio parisino de Pigalle. En cualquier asignatura, máster o taller dedicado al guion cinematográfico es obligado citar una frase que le pertenecía: «Un guionista debe pensar en imágenes». Dicho así parece una evidencia. Pero no lo es tanto. Muchos grandes literatos han fracasado cuando han escrito guiones para el cine. Una cosa es una novela. Otra bien distinta, una película. Carrière siempre lo tuvo claro.

Antes que el cine, fue la literatura. Publicó su primera novela a los 25 años. Después realizó un ejercicio tan difícil como el de novelizar dos películas de Jacques Tati, un director cuyo estilo se basaba en el gag visual y sonoro: las novelizaciones de Las vacaciones de M. Hulot y Mi tío, con ilustraciones de Pierre Etaix, son magníficas. En una comedia de Etaix de 1962, Le soupirant, debutó Carrière como guionista. Luego llegó la relación tan fructífera con Luis Buñuel, con quien escribió seis películas entre 1964 y 1977: Diario de una doncella, Belle de jour, La vía láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto de deseo. Hubo una séptima que acabó rodando otro director, El monje.

Gaizka Urresti rescata la anécdota que siempre contaba Carrière sobre cómo conoció al turolense: «Buñuel le preguntó si bebía vino y este le contestó que no solo bebía sino que su familia tenía viñedos. A partir de ahí, dice que todo fluyó solo. Para Carrière ese fue el día más importante de su vida porque se se le abre la posibilidad para colaborar con uno de los grandes cineastas del mundo que ya había ganado la Palma de Oro con Viridiana».

En sus memorias (Mi último suspiro), que Buñuel escribió junto a Carrière porque «este le convenció y se empeñó en que lo hiciera», recuerda Espada, Buñuel escribe al referirse a los guionistas con los que trabajó: «Con quien más identificado me he sentido es, sin duda, Jean-Claude Carrière». La relación fue muy estrecha. De pequeña, la primera hija del guionista llamaba a Buñuel el señor Bunuene. En una carta que el director envió a Carrière en 1966, después de obtener el visto bueno de un productor para dirigir Belle de jour, Buñuel escribía: «Puse como condición sine qua non realizar la adaptación en El Escorial con usted, si acepta».

En otra misiva epistolar, esta vez de Carrière a Buñuel y fechada en mayo de 1967, después del estreno en París de este filme, el guionista decía: «No eché en falta su ausencia, pues ya sé que no le gusta este tipo de manifestaciones. Pero una vez más me dije a mí mismo que debería, de vez en cuando, coger un avión en dirección a México, únicamente para darle un abrazo». Cuando el proyecto de El monje No sabemos lo que quería hacer con el otro pie.

«Fueron capaces -señala Javier Espada- de crear una complicidad creativa, de usar el ingenio de ambos para dar ocho guiones de los que se rodaron seis que son películas muy especiales. Hay un elemento que le interesaba mucho a Carrière que era el surrealismo y Buñuel vuelve a su juventud con él. Había elementos como el surrealismo, la ironía, el ateísmo que formaban parte de esa complicidad que tenían y que explica los guiones tan logrados que fueron capaces de escribir entre los dos. Carriere me contó que cuando tenía dudas sobre algo en su vida se preguntaba qué haría Buñuel porque para él era un personaje que sorprendía con su forma de ver el mundo».

Pero hubo un Carrière más allá de Buñuel, aunque la sombra del director de Viridiana fuera tan alargada en el itinerario del guionista. Colaboró con Louis Malle (¡Viva María!, Milou en mayo), Jacques Deray (La piscina, Borsalino), Milos Forman (Juventud sin esperanza, Los fantasmas de Goya), Carlos Saura (Antonieta), Marco Ferreri (Liza), Luis García Berlanga (Tamaño natural), Volker Schlöndorff (El tambor de hojalata, El amor de Swann), Jean-Luc Godard (Sálvese quien pueda, la vida), Andrzej Wajda (Danton), Philip Kaufman (La insoportable levedad del ser) y Fernando Trueba (El artista y la modelo).

En los últimos años le dio un aire más narrativo al cine de Philippe Garrel y colaboró estrechamente con su hijo, Louis Garrel. En otra de sus incursiones en el cine estadounidense participó en el guion de Reencarnación, de Jonathan Glazer. Resulta difícil entender el tránsito de la modernidad cinematográfica de los 60 al cine actual sin la figura casi totémica de Carrière.