El istmo de Suez, región arenosa y estéril llena de lagunas y pantanos, fue durante miles de años el punto de contacto entre los continentes de África y Asia. Una estrecha franja de tierra que quedó abierta, en forma de cremallera, tras la apertura del Canal de Suez. Genial y gigantesca obra de ingeniería cuyos planos fueron diseñados por el ingeniero y diplomático francés Ferdinand de Lesseps, quien fue cónsul de Francia en Barcelona, coincidiendo con la Regencia en España del espadón Baldomero Espartero. Y parece ser que fue precisamente la intermediación de Lesseps la que puso fin al terrible bombardeo que el Duque de la Victoria desencadenó sobre la ciudad Condal el 13 de noviembre de 1842, en respuesta a un levantamiento popular que había tenido lugar en la capital catalana contra el Gobierno de España.

Pero volvamos al Lesseps ingeniero y a su fabulosa construcción del Canal de Suez. La faraónica obra, que une el Mediterráneo con el Mar Rojo, cuenta con 163 kilómetros de longitud, constituyendo un tramo transcendental para la navegación desde Europa hacia el sur de Asia (y al revés) sin tener que rodear las kilométricas costas de África. 

Tras arduos y laboriosos años de obras, el Canal de Suez fue oficialmente inaugurado el 17 de noviembre de 1869 con una celebración por todo lo alto en El Cairo, la cual contó con la presidencia de la emperatriz de Francia, la 'granaina' Eugenia de Montijo, esposa del emperador Napoleón III, quien no pudo asistir a los fastos debido a su precario estado de salud; y eso que todavía no había sufrido la debacle de Sedán –2 de septiembre de 1870– ante Prusia, ni el consiguiente levantamiento de la Comuna de París, acontecimientos que le ocasionarían interminables quebraderos de cabeza. 

Para una celebración de tal calado se organizó una cena de gala a la que asistieron los más distinguidos invitados, empezando por el anfitrión: el virrey de Egipto Ismail Pashá y continuando con el emperador de Austria, Francisco José I, el sultán de Turquía, el sha de Persia, el príncipe imperial de Prusia y numerosos jefes de Estado. Para la ocasión, el músico vienés Johann Strauss –hijo– recibió el encargo de componer una melodía específica (la' Egyptian March') cuya interpretación amenizó a los comensales durante la animada velada.

Sin embargo, tan magna obra (la del Canal de Suez) había ya tenido muy meritorios precedentes, y como hay que dar al César lo que es del César (en este caso, al faraón lo que es del faraón) hay que recordar que, ya en el siglo XIII antes de Cristo, Ramsés II mandó construir un primer «Canal de Suez», para favorecer el comercio y la navegación intercontinental. Sin embargo, al igual que los palacios devienen ruinas, del mismo modo aquel Canal fue despreciado por una ensoberbecida Roma tras la conquista de Egipto y a pesar de múltiples intentos por reabrirlo en los siglos siguientes, ninguno fructificó, principalmente, por causa de las guerras que soportó durante siglos, y sin apenas tregua, la región. Mas, a comienzos del siglo XIX, Napoleón Bonaparte en su frustrada y amamelucada, pasión egipcia fue consciente de que, además de los siglos de historia que asombrados le contemplaban desde los vértices de las tres pirámides, la nación europea que poseyera Egipto se haría también con el permanente control de la India. Razón por la cual, en un principio, Inglaterra se opuso tenazmente a la construcción del Canal de Suez.

Contados así, de carrerilla, aquellos hechos podrían resultarnos lejanos e históricamente polvorientos, pero hete aquí que el 23 de marzo pasado al capitán de un enorme barco, el Ever Given de 400 metros de eslora y 20.000 contenedores, se le cruzaron los cables –o los de la nave que comandaba– y al Canal de Suez se lo atravesó, provocando un embotellamiento de barcos de tal calado que muchos de ellos decidieron poner intermitente y dar vuelta, circunvalando África en busca del ansiado Oriente.

Seis días después, el 29 de marzo, y gracias al buen hacer de las autoridades portuarias de Egipto, el Ever Given quedó desencallado y el habitual tránsito marítimo por el Canal de Suez restablecido. Pero mientras tanto, muchos lugares del mundo (incluido Aragón) quedaron afectados por la falta de materiales para las fábricas, electrodomésticos para las tiendas, ropa para los grandes almacenes, combustible para las gasolineras, o alimentos para los supermercados. Bastó un solo barco varado para provocar un colapso a nivel mundial. 

Pero, quién podría negar la posibilidad de que dicho desastre hubiera en realidad haber sido provocado por el simple aleteo de una mariposa en el puente del Ever Given, cuyo rítmico y ligero vuelo atrajo la atención del piloto del colosal barco, quien distraído con el vuelo de la volvoreta dio un fatal golpe de timón que provocó el desastre. Así somos los humanos, fiamos todo en la ciencia y la fuerza, e ignoramos el inmenso poder que reside en las alas de una pequeña, bella y humilde mariposa. Y así nos va.