Ya saben lo que decían los ideólogos del régimen nazi, que una mentira se acaba convirtiendo en verdad si se repite muchas veces y se conseguía introducir en el imaginario colectivo. Y es curioso porque es algo que sucede con ideas que no tienen dónde sostenerse. No descubro nada si digo que uno de los principales ataques que se le hace a la cultura, supongo que no hay muchos más argumentos para intentar desestabilizarla, es que vive de lo que ellos llaman subvenciones. Hago un pequeño inciso porque el lenguaje nunca es inocente, son ayudas, a la producción, a la creación, al mantenimiento de estructuras...

Ayudas que, por otra parte, en casi ninguna parte del mundo se cuestionan. Y ya no digamos en países como Francia donde el apoyo a la industria cultural es una cuestión de Estado. Esta idea que poco a poco ha ido calando en cierta parte de la población (afortunadamente, creo que no es mayoría) no tiene ningún fundamento, sobre todo, si uno es suficientemente cabal para mirar a su alrededor y comprender que la mayoría de sectores (y algunos no tan importantes como la cultura para la sociedad) reciben de una manera o de otra algún tipo de ayuda. Pero no quería entrar yo en este debate en el que lo único que tengo claro es que hablar de él no hace más que beneficiar a todo ese grupo que entiende la vida como un negocio.

La cultura aragonesa está viviendo uno de sus mejores momentos. Tenemos artistas musicales que son referencia en España, compañías de teatro que colocan hasta tres de sus obras en Madrid en apenas un mes, orquestas de música clásica que sin apenas apoyos ofrecen programación cada vez más atractivo, actores que, sí, han tenido que emigrar de esta comunidad pero que allí donde están demuestran que su talento es enorme y hasta festivales con una singularidad especial que sobreviven sin reblar a pesar de todas las circunstancias, algunos incluso nacen en plena pandemia. Sin embargo, a veces uno tiene la sensación de que esta realidad, que en talento creativo en Aragón no tenemos nada que envidiar a nadie, no consigue calar en toda la población. Y resulta descorazonador a veces comprobar como ciertos mensajes calan muy rápido y, sin embargo, algo tan visible como la creatividad y el buen hacer, cuesta más de lo que se debería que cierto sector lo reconozca.

En Aragón tenemos un caldo de cultivo especial para la cultura a pesar de que somos una comunidad con nuestros problemas estructurales que afectan fundamentalmente a la consolidación de una industria cultural y es algo que deberíamos reivindicar mucho más de lo que hacemos. Pero, mientras llega ese momento, que, llámenme optimista suicida, pero estoy seguro de que llegará más pronto que tarde, hay que ser conscientes que la oferta cultural no va a estar siempre... si no la apoyamos. Y más en estos tiempos.

Ir al teatro, a un concierto, a una exposición, a un festival, disfrutar de los espectáculos de calle o simplemente ser consciente de lo que supone simplemente subsistir en un mundo como el cultural, es algo que en otros países ni se cuestiona, incluso en otras comunidades no tan lejanas de esta, y que aquí hay que conseguir convertirlo en rutina.

Y sí, el sector de la cultura necesita ayudas de las instituciones porque, primero, no es un dinero que se entrega a fondo perdido (¿en todos los sectores sucede esto?) y, segundo, porque, al final, es una inversión que repercute directamente en que los ciudadanos puedan disfrutar de una oferta necesaria y sanadora.