Qué se esconde detrás de los faraones es el reclamo de la nueva exposición que el CaixaForum Zaragoza acaba de inaugurar con fondos del British Museum. Es evidente que la civilización egipcia sigue atrayendo las miradas y ejerciendo como polo de atracción entre la población muchos siglos después. Los motivos podrían ser muchos entre los que no hay que desdeñar eso que algunas veces omitimos espero que por no darnos cuenta, que es el la pasión por la Historia entre buena parte de la población.

Sin embargo, lo que desvela esta exposición (Faraón. Rey de Egipto), entre otras muchas cosas, es la obsesión que tenían los monarcas de aquella civilización por salir representados ante su pueblo como una especie de mediador en la Tierra de los dioses que habían gobernando Egipto y ahora preferían controlarlo desde los cielos. Para ello, no dudaban en encargar esculturas a medida, en manipular incluso en las representaciones sus rasgos para que realmente parecieran descendientes de alguno de los dioses que estaban muy presentes en la vida egipcia. Al fin y al cabo, sería lo que hoy llamamos una operación de márketing y que, si nos paramos a verlo con calma, no difiere mucho de lo que hacían los faraones egipcios. En la política, desde luego, porque uno tiene la sensación que, desde hace ya demasiados años, importan más los gestos que las realidades palpables pero, desde hace un tiempo, también me asalta la duda de si es algo que está empezando a pervertir también la cultura.

Que el hecho cultural es algo que existe independientemente de el público que lo reciba, de la masa social que haya detrás o el sustento económico que tenga, es algo que no tiene discusión posible. La cuestión es si en estos tiempos duros que estamos viviendo (en casi todos los sectores) estamos apostando por contenidos en los que importa mucho más el artificio y la inmediatez (no hay que olvidar nunca la modernidad líquida del sociólogo Baumann) que el sustento real y la aportación al alma humana (volvemos a Egipto quizá) que está en el origen de cualquier manifestación cultural.

No sé si nos hemos olvidado que la cultura no es solo el fogonazo de la diversión, de la sorpresa y de la necesidad de distracción sin sustento de nuestras vidas ajetreadas. Evidentemente que el espectáculo como tal debe existir y es sano para la sociedad, pero creo que igual deberíamos detenernos en la profundidad de determinadas propuestas (no solo hablo de la literatura que es quizá donde esto se puede ver más claramente para la mayoría de la población) para hacer realidad dos máximas que repetimos hasta la saciedad casi como loros; que las crisis son momentos de resurgimiento y que la cultura sirve para el alma. Ahora hay que ver si realmente nos creemos los lemas... que el de Sin cultura no hay futuro llevamos mucho tiempo repitiéndolo, tanto que casi da vergüenza viendo los actos de muchos de los que lo pregonan.

En el Antiguo Egipto, los faraones siempre se representaban como superiores a sus enemigos y como comandantes de un ejército en guerra que siempre ganaba todas sus batallas con la ayuda de los dioses. La realidad, como también se explica en la exposición, era muy diferente, y también sufrían derrotas muy duras. Que no nos engañen las apariencias, la cultura es un sector que siempre está en el alambre y que si sobrevive crisis tras crisis no es por su fortaleza industrial sino por su potencia sanadora y vital para el ser humano. Conviene no olvidarlo cuando el márketing y los fuegos artificiales tratan de sustituir a la vida misma.