Ha salido Raphael al escenario del Príncipe Felipe vestido todo de negro, camuflado entre la oscuridad hasta que los focos le delataron. Instantáneo. Las más de 2.000 personas que han asistido al concierto se han levantado a la vez, como en la mejor de las coreografías, para dedicar al artista andaluz más de un minuto de aplausos. Y ni siquiera había tocado el micrófono.

Se ha adelantado la banda al cantante con los acordes de Yo soy aquel, confirmando la llegada de un hombre que ha sido, por dos horas, más mesías que humano, por su capacidad para mover a las masas. La subida a los cielos de Raphael ha llegado con su primera interpretación, Ave Fénix. Aunque, para renacer, primero hay que morir. Y el linarense no parece tener ganas de hacerlo.

Ha transformado Raphael el ave que surca el cielo envuelta en llamas por una figura mucho más reconocible. El artista se ha convertido en torero y, el escenario, en su propia plaza. Clavando los pies en el suelo, inmóviles; con fuerza en las piernas y una cadera que ha marcado el ritmo, el cantante ha tensado su brazo derecho y lo hizo muleta. Incluso, en alguna canción, su abrigo de cuero ha hecho las veces de capote. Un baile aprendido, sin excesivo esfuerzo, acorde al momento vital del artista, pero que ha arrancado olés y aplausos en cada uno de esos pases al aire.

Con un público entregado los conciertos suelen salir mejor, pero esta noche ha sido imposible no arrancarse a cantar unas canciones que han unido –y unirán– a muchas generaciones de españoles. Hijos, nietas, abuelos y madres se han juntado en una noche en la que se han cambiado los papeles: los más jóvenes han grabado con sus teléfonos a los mayores.

Ha subido el ritmo Raphael versionando a Camilo Sesto, con un Vivir así es morir de amor que ha ampliado el repertorio pero no ha salido de los temas archiconocidos por todos. El andaluz ha subido aún más la apuesta con el primer juego de pantallas: el directo del concierto ha dejado hueco a un Raphael casi adolescente que se enfrentó al actual, de 78 años, en una interpretación conjunta de Digan lo que digan.

Amor, amistad, dolor, nostalgia o furia se han desprendido de todas las canciones de un artista que celebra sus 60 años sobre el escenario pero que, gracias a su prodigiosa voz y a su saber estar sobre las tablas, sigue dando muestras de juventud. Una juventud coronado con una sonrisa y una mirada fijas, inamovibles, que han mantenido la conquista del público en los silencios.

Tras unos segundos callados, con unos asistentes ansiosos por conocer el siguiente gran éxito con el que ovacionar al cantante, la banda ha marcado un ritmo que aún hoy suena en las discotecas para adolescentes y Raphael ha entonado los primeros versos: «Qué pasará, qué misterios habrá...». Todos sabían la respuesta.

Mi gran noche se convirtió en la gran noche de todos. Y Raphael está dispuesto a que sean muchas, muchas más.