Defiende constantemente Renato Cisneros que todas las personas pueden rebuscar en sus familias y encontrar historias que nunca podrían imaginar. «Muchas veces no estamos preparados para mirar en los cajones de nuestros antepasados», reflexiona el escritor peruano, que se atrevió hace casi dos décadas a emprender esta aventura. El resultado fue La distancia que nos separa, una especie de biografía, aunque mezclada con ficción, que salió a la luz en 2015 con Planeta y regresa a las librerías en 2021 con edición de Alfaguara. Un retrato de un hombre, de una familia y de uno de los momentos clave de la historia política de Perú.

Seis años después de su primera publicación, La distancia que nos separa sigue manteniendo su vigencia y sigue siendo «un recordatorio de que Luis Federico Cisneros fue protagonista en una época muy convulsa del Perú». Un hombre que marcó una etapa y que hoy sigue presente, además de en la vida de su hijo, en toda la sociedad peruana: «En las redes sociales me siguen recordando que soy el hijo de mi padre». Cisneros ve en ello «un intento de corregirme», ya que el periodista no concuerda con las ideas defendidas con su padre. Sin embargo, para Renato, estas advertencias sociales tienen otro significado: «Demuestra que fuimos educados en libertad, porque pensamos de forma distinta, lo que habla bien de mi padre».

Porque La distancia que nos separa fue un éxito en Perú y fuera de sus fronteras, por diferentes razones. En el país andino, por ser un retrato fiel de dos décadas recientes; fuera de este, para conocer lo que ocurrió allí. Los efectos en la sociedad peruana han sido variados, pues «el libro ha sido leído por personas de todas las ideologías e hizo cambiar la percepción que la gente tenía de mi padre». El autor reconoce esas reacciones como «lógicas» y considera que su generación es «la primera que habla de lo que sucedió en el país aquellos años».

Una historia cercana que para Cisneros fue difícil de arrancar, pese a pensar en ella «desde el mismo momento en el que murió». «Fui posponiendo la decisión de ponerme a escribir», confiesa el autor, que se sentía «en la zona de confort» al tener clara una idea, pero no al ejecutarla.

Temor a las reacciones familiares

Enfrentarse al pasado de un padre no es una situación cómoda para nadie. Si, además, Luis Federico Cisneros fue un político de renombre en una sangrienta dictadura, la tarea de su hijo Renato era todavía más complicada. «Sentí orfandad al descubrir tantas cosas nuevas de mi familia», explica el periodista, que no creía todo lo que vio al investigar en su pasado. «Sentí que había sido engañado y que muchas de las cuestiones que tenía seguras se habían convertido en incógnitas», reflexiona Cisneros.

El único miedo del escritor, la reacción de sus familiares más cercanos, se cumplió con las primeras ediciones del libro. «Mis hermanos no me hablan desde que se publicó la novela», cuenta Cisneros, que cree que parte del conflicto nace de no entender la tarea del escritor: «No comprendían la necesidad de escribir un libro así». Otros familiares, como su madre, han cambiado su postura frente a La distancia que nos separa con el paso del tiempo: «Ha ido aceptando la novela porque ha visto que no tiene efectos negativos».

Aparte del duelo con algunos de sus familiares, Cisneros vivió una pelea interna durante la construcción de la novela. Escritor e hijo pugnaban en su interior por hacerse dominante en la redacción: «Creo que gana el escritor y pierde el hijo, porque hay días en los que no quería revelar cosas de mi familia pero el escritor se imponía y quería descubrir todo lo que encontraba».

Seis años después de su primera publicación e inmerso en la nueva vida de la novela, Cisneros, que no ha vuelto a leer al completo su obra, cree que el legado que deja su padre es «él mismo, como personaje». Un legado que para el periodista todos podemos encontrar en nuestras familias: «Todos los padres tienen una historia increíble que hay que descubrir».

Convertir la literatura en una obsesión

Dejarás la tierra fue la novela siguiente, publicada en 2017 y en la que Cisneros narraba la historia de su tatarabuelo, un sacerdote que tuvo siete hijos y del que no heredó ni el apellido. Su familia, una vez más, se convirtió en protagonista de su producción literaria.

El tema familiar rozó la obsesión de un Cisneros que durante la construcción de los dos libros no pensaba en otra cosa. «Todas las mañanas iba a nadar a una piscina e imaginaba a mi padrea, a mi abuelo y a mis antepasados nadando en las calles de al lado», cuenta el escritor, que llegaba a imaginar «las rutinas que ellos tendrían en su día a día».

Con obsesiones y sin precauciones, Cisneros se ha consagrado como un prolífico e influente autor. «Al escribir no debes pensar en nadie, solo en ti, para no imponerte barreras». La obsesión es, también, una tarea en la que su público participa: «Escribir es pedir a los lectores que se hagan cargo de las obsesiones que el autor ha tenido».