La sensación de plenitud que me queda en el cuerpo cuando termino de leer un novelón de esos de toda la vida, cosa que me acaba de ocurrir ahora mismo, no la cambio por nada. Para no errar el tiro suelo recurrir a los clásicos, pues aún tengo pendientes algunos de los que las listas tildan de imprescindibles. En este caso no me ha hecho falta irme tan lejos. Quizás El tejido de los días se convierta de repente en un título que haya de permanecer a través del tiempo, que esto nunca se sabe, pero Carlos Aurensanz es un autor de hoy y se vale de ingredientes que emocionan, atrapan y seducen porque es lo que consigue con esta historia de principio a fin.

La acción se desarrolla en Zaragoza, a principios de los años cincuenta, y el recorrido por sus calles es un añadido que invita a sonreír a quienes formamos parte de la ciudad. De inmediato comienzan a desfilar los personajes, a presentarse con la ilusión puesta en el futuro, y aunque en un primer momento parece quedar claro quiénes van a llevar el peso protagonista, la novela se permite un juego constante en el que las idas y venidas, repletas de comedias y de tragedias varias que les convierten en lo que son, logran que todas las voces tengan vital importancia y que ni siquiera aquellos que ya no están sean relegados al segundo plano.

La lectura invita a subirse a una especie de tobogán sobre el que transcurren unos pocos años, cada uno de los cuales merece su propio capítulo, pero donde los hechos se desencadenan a velocidad pasmosa. Quienes optan por mantenerse discretos saben que la bola de nieve se hace grande conforme avanza colina abajo para terminar arrastrándolo todo, y a todos, a su paso. Los criados y los señores, como si de la regla del juego que construyó Renoir se tratara, aspiran a llevar una vida tranquila, cada uno en su papel, pero a veces ocurre que se entremezclan a raíz de los excesos que se han visto amparados por el silencio y que adulteran la convivencia. Ruge la diferencia de clases, se acentúan las suspicacias, se asoma el pudor.

Se lee rápido a pesar de tratarse de un libro voluminoso. Los diálogos son frescos y ágiles, rápidos, como si la fluidez fuera una de sus principales características y ayudara a definir a quien los pronuncia. Por otra parte, la casa en la que se desarrolla principalmente la trama es un escenario acogedor del que no he querido alejarme en ningún momento a pesar de los desmanes y despropósitos de los que las paredes han sido testigos a través del tiempo. Porque el caos comenzó años atrás, y en realidad desde aquellos lejanos días no ha existido tregua para cualquier miembro de las generaciones que han ido añadiéndose, no importa si ha sido a la familia adinerada o si ha sido al grupo de los que trabajan para ella en diferentes cometidos.

Publicado por Ediciones B, este es un libro perfecto para engancharse a las sagas familiares y a los secretos que encierran. Refleja una época en la que la gente se relacionaba de verdad, confiando en quienes físicamente estaban ahí, al ladito, compartiendo confidencias y austeridad disfrazada de manjares, y renegando de aquellos que pasaban del uso al abuso de poder sin temer a las consecuencias. Este libro cuenta una historia que son muchas. Narra pasiones y arrebatos, miedos, amores y técnicas de supervivencia con sabor a estraperlo y a serial, pues incluso aparece el consultorio sentimental de la tal Elena Francis, cuyos consejos definen la sociedad del momento. De ahí que la ambientación esté muy cuidada, y los referentes sean numerosos, como si hasta los detalles más nimios formaran parte del engranaje.

He tenido la certeza de encontrarme frente a una obra muy bien construida, cuyos desarrollo y estructura componen un todo que retrata a la perfección las relaciones sociales establecidas, y cómo en definitiva cada vivencia se equipara a las de los otros, que las disfrutan y las padecen con similar entusiasmo en el mejor de los casos o con similar resignación en el peor. Nada me resulta tan fascinante como entrar en un libro en el que me espera un mundo propio donde los personajes adquieren humanidad y hacen de las convenciones un recurso más con el que contar. Este es un novelón que se disfruta a lo grande porque recupera temas universales. Y eso nunca, absolutamente nunca, falla.